Clásicos para la vida

No, no me he equivocado al clasificar, dentro del trastero en que se está convirtiendo mi ventana, esta entrada en «Novedades» en lugar de hacerlo en «Los libros que leo» porque no voy a hacer ninguna reseña de él. El breve volumen del profesor Nuccio Ordine se defiende por sí solo. Si bien los breves fragmentos que recoge, más los comentarios suscitados, no son del todo originales, la introducción que hace el autor a esta recopilación de textos me parece tan acertada que necesito transmitirlo, por si por esta vez al menos mis palabras sirven para algo. De hecho, fotografié algunas de sus páginas para enviárselas a unas amigas dedicadas a la enseñanza hasta que me di cuenta de que era mejor que lo leyeran entero porque aquello no tenía desperdicio.

Que la lectura enseña, entretiene, acompaña, alegra, divierte, hace pensar y vivir debería considerarse como axioma, verdad absoluta, y para quienes dicha actividad tiene tanto espacio en sus vidas resulta inconcebible que haya quienes apenas lean uno o dos libros en todo el año, así como que en la escuela esos preciosos seres de papel y palabras no tengan el protagonismo que deben tener. Nuccio Ordine, profesor de Literatura Italiana, defiende, ante la inclinación de la enseñanza a la profesionalización y a mirarse siempre en los mercados, la importancia de educar en la curiosidad. «Privilegiar este aspecto “profesionalizador” significa perder por entero de vista la dimensión universal de la enseñanza», afirma. «Reducir la formación educativa a la mera adquisición de un “oficio” acabaría por matar cualquier posibilidad de animar a los estudiantes a cultivar su espíritu de manera autónoma y dar curso a su curiositas».

Alguien dirá que, claro, un profesor de Literatura tiene la obligación de defender a muerte los libros, la ficción, la poesía, el arte. Sin embargo, esta cita que a continuación reproduzco y que Ordine emplea no es precisamente de un hombre de letras.

«La escuela debe siempre plantearse como objetivo que el joven salga de ella con una personalidad armónica y no como un especialista. En mi opinión, esto es aplicable, en cierto sentido, incluso a las escuelas técnicas, cuyos alumnos se dedicarán a una profesión totalmente definida. Lo primero debería ser, siempre, desarrollar la capacidad general para el pensamiento y el juicio independientes y no la adquisición de conocimientos especializados».

(Albert Einstein)

Por si fuera poco, un premio Nobel de Economía, que suponemos orienta sus estudios y pensamiento hacia esa rama encaminada a la obtención de riqueza (pero nada de riqueza metafórica, sino la del petróleo y los billetes), dice que «hoy a las economías les falta espíritu de innovación. El mercado laboral no solo necesita más competencias técnicas, sino que requiere un número cada vez mayor de soft skills, como la capacidad de pensar de modo imaginativo, de elaborar soluciones creativas para desafíos complejos y de adaptarse a circunstancias cambiantes y a nuevas relaciones». Por ello, «un primer paso necesario es reintroducir las materias humanísticas en los institutos y en los currículos universitarios. El estudio de la literatura, la filosofía y la historia será una inspiración para que los jóvenes busquen una vida plena, una vida que incluya hacer aportaciones creativas e innovadoras a la sociedad». O sea, lo contrario de lo que llevamos viviendo una buena temporada.

Aparte de eso, a los humanistas se nos debería quitar ese complejo de que no hacemos ciencia, así como el empeño en luchar por ese título abordando estudios encaminados, por poner un ejemplo, a hallar el algoritmo que calcule la riqueza léxica de un individuo, o defendiendo con uñas y dientes que la Psicología forme parte de las neurociencias usando fórmulas matemáticas en su metodología para conferirle así un rango superior cuando lo que deberíamos es volver los ojos a todos esos textos que nos hagan pensar por nosotros mismos y descubrir qué es importante y qué no lo es tanto. A los más pragmáticos podríamos ganárnoslos recordándoles que el conocimiento, como comenta George Shaw (otro Nobel; se ve que Ordine sabe en quién apoyarse para ganar en credibilidad), puede compartirse de manera que todos los protagonistas se hagan cada vez más ricos. Si entendemos bien el término riqueza, claro, y cambiamos el orden de las dos primeras acepciones del diccionario.

De eso (o, mejor dicho, de esto) se trata:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Elena Marqués

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