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Ahora que muchos lectores, animados por la Sociedad Española de Astronomía, hemos luchado por que una estrella de la constelación Ara rinda homenaje a nuestro más insigne literato, he caído en la cuenta de que, quitando el sistema solar, apenas conozco el nombre de ningún asteroide. Miento. Hay uno que conozco bien, y parece ser que Noemí Trujillo lo ha visitado y recorrido con el mismo fin que aquel pequeño príncipe de pelo alborotado y largo gabán: cuidar bien de su rosa.
En 21 poemas donde el paisaje almeriense le concede la luz de su sol y de sus faros (léase el poema XI) y la pintura, un espacio por donde deambular, la poeta barcelonesa no solo rinde homenaje a este libro mágico de Saint-Exupéry, sino que, como él, bajo una apariencia sencilla, habla de las cosas importantes de la vida y de la naturaleza humana, desde la soledad hasta la pérdida, desde el misterio del amor a la aventura de los regresos.
Y en su viaje de vuelta, quién sabe si a su Ákaba natal, es consciente de sus cambios, de los propios y los de los lugares que amó, que ocupan, junto a los libros y los cuadros, lo mejor de su universo.
El amor es, pues, centro de su poesía, representado en la fragilidad de la rosa («Solo tienes cuatro espinas / para defenderte contra el mundo»), con la que dialoga a lo largo del libro; a la que, como su homónimo, le cuenta su viaje por sitios sin baobabs, pero sí con volcanes y con corderos que destruyen las playas vírgenes; a la que le explica la bendición de la soledad y la naturaleza espinosa de las flores, la existencia de los dos lados de ese sentimiento enigmático y pavoroso tan antiguo como el hombre («Tú eres la bondad / y la confusión»), pues «hasta las flores son contradictorias» y a veces el amor es mezquino («es un punzón oscuro, / una muchedumbre sedienta, / un animal raro»).
Esa complejidad de las relaciones humanas, esa dificultad de entenderse uno mismo, conduce al destierro, al viaje, a la búsqueda, donde «conocer hombres de negocios, / bebedores, / faroleros, / vanidosos», donde entregarse, como Ofelia, al río y a la desobediencia.
Y Noemi, en el viaje de la poesía, intenta explicar y explicarse, trazar su biografía (léase el poema X), dibujarse como «una muchacha desnuda / con los brazos cruzados», crear lazos (léase el poema XVI), repetir hechos («Los ritos son necesarios»), justificar a la rosa su metamorfosis («Antes no me importaba eso, pero ahora he visto mundo. / Y eso me ha cambiado.»), verificar su pequeñez («Te doy lástima, / lo sé / mi pequeña flor. / Porque soy débil, / porque extraño / demasiado / nuestro planeta») y, precisamente por ello, buscar la eternidad, y, tras siete años de ausencia (no creo que la elección del lapso temporal sea casual), regresar.
Por eso, de entre todos lo que componen La princesita en el asteroide B612, quiero dejaros estos versos. No sé si son los más representativos de este viaje, pero sí que en ellos comprendo mejor ese minúsculo astro que vaga por el universo con una flor cubierta por una mampara de cristal.
Tengo que huir
porque soy efímera,
porque me gusta mirar cuadros,
tengo que volver a esa montaña
que no cambia de lugar,
tengo que escribir cosas eternas.
Elena Marqués
Noemí Trujillo (Barcelona, 1976)
Poeta y escritora catalana, ha publicado los poemarios La Magdalena, Lejos de Valparaíso, La muchacha de los ojos tristes, Brooklyn Bridge, Solo fue un post y Un lugar con nieve.
Es autora de la serie infantil Judith y sus muñecas monstruosas y de la novela juvenil Suad y editora del sello Playa de Ákaba.
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