Feliz 2020
Aborrezco la ñoñez. Cada vez más. Y los mensajes navideños, centrados en la emisión de buenos deseos, llevan normalmente aparejada una considerable cantidad de melindres y palabras cursis. Por no hablar de la falsedad que suele, consciente o inconscientemente, evidenciarse tras esas blandas y manidas sensiblerías que parecen a punto de perder su significado y terminar, como una fruta podrida, descompuesta en mitad de la tarjeta. (Tarjeta que, por cierto, tiende a la profusión de estrellas brillantísimas, árboles frondosísimos y Natividades de la Escuela de Murillo).
No quiero que se me malinterprete. Lo que a mí me gustaría, en realidad, es poder devolver el sentido verdadero a los términos que pronunciamos, hacer que estos dejen de ser solo una cadena de sonidos y que los palpemos y los sintamos como corresponde. Que el amor sea realmente amor y los abrazos pasen del dicho al hecho. Y, sobre todo, que esa intención se mantenga a lo largo del año y de toda nuestra existencia.
Así que esta es mi felicitación en el día de hoy (que debería haber sido ayer, pero nunca llueve a gusto de todos). Que no se nos olviden los buenos propósitos a la primera pitada de semáforo que padezcamos, que apliquemos la máxima de «hablando se entiende la gente» (sé de lo que hablo) y que trabajemos por que este mundo tan hermoso (de verdad que lo es: solo es cuestión de pararse a mirar) no se vaya al garete.
Besos para todos y abordemos el 2020 con optimismo.
Elena Marqués