Todos mienten
Dicen que las generalizaciones son odiosas; pero esta que recoge el título del nuevo libro de María del Monte Vallés, Todos mienten, no puede ser más acertada en los tiempos que corren. De hecho, al leer por primera vez esas dos palabras en la cubierta me hice a la idea de que encontraría una obra de signo distinto, enfocada a denunciar malversaciones, casos de corrupción y/o cohecho, personajes dedicados a la delincuencia político-económica a gran escala. Nada de eso. La historia que se cuenta, más modesta en el punto de partida aunque alcance con éxito su fin crítico, se desarrolla prácticamente en una imprenta familiar ubicada en un triste polígono de las afueras de una ciudad sin nombre y algún que otro tanatorio donde su gris protagonista se alimenta de vidas ajenas para crearse una propia.
Quizás por ello la novela solo podía venir precedida de la famosa cita de Pico della Mirandola «El ser humano es el único animal con la suerte proteica de erigirse arquitecto de su propia vida»; enunciado que, así dicho, se reviste de una suerte de dignidad que parece eludir un pequeño detalle. Y es que esa invención a la que el hombre tiene derecho se basa, la mayoría de las veces, en una suplantación, en una mentira que no tiene marcha atrás, que va creciendo hasta atraparlo y quizás destruirlo.
El viaje de Alfredo Sierra por su supervivencia empieza en un autobús urbano, donde el azar, coadyuvante en tantas epopeyas, lo lleva a escuchar la conversación de una pareja de novios y encuentra en ella una oportunidad: una entrevista de trabajo. A ella acudirá, engañando con cierto pudor a su dueño legítimo y, por supuesto, a sí mismo, hombre poco dado a los impulsos y la aventura y prácticamente invisible para los demás (lo que en ocasiones juega a su favor), para crear su nuevo personaje, que, como no puede ser de otra manera, será su opuesto, si no su enemigo, aunque con ello alcance algo parecido a la felicidad.
Con una prosa cuidada no exenta de originalidad, sugerente, plagada de símiles y hermosas y vívidas descripciones, en la que la voz del narrador omnisciente se ve de tanto en tanto interrumpida por los testimonios de esos personajes engañados que acompañarán al protagonista en el periplo (por cierto, en esos cortos soliloquios Vallés los caracteriza a la perfección, con dos o tres pinceladas, por su forma de hablar y su pensamiento pronunciado en voz alta), conoceremos a sus compañeros de trabajo, en especial a Mari Tere, quien lo ayuda a crear sus perfiles en las redes sociales (sin comentarios: ya el lector imaginará por qué lo digo), a irse acomodando en la mentira e incorporarla como una rutina más (se describe a Sierra como un hombre desesperadamente metódico y ¿previsible?), a perder cualquier atisbo de escrúpulo; y a ese jefe que se parece físicamente a él, algo bastante inquietante, y más cuando veamos los derroteros que va tomando el asunto, pues tampoco Ernesto Iglesias parece persona de fiar. Y en esos tejemanejes de supuesto gran empresario, en esas entregas misteriosas de Andresito que jalonan la prosperidad de la pequeña empresa, se mezclará pronto, de buen grado, nuestro protagonista, en un delito menor, si se quiere, con el que su autora construye un thriller doméstico que irá creciendo hasta estallarnos en las narices, hasta que el protagonista sufra las terribles consecuencias que los lectores, de parte casi siempre de la verdad y la justicia, esperan.
Porque en esa nueva vida hecha con retazos de existencias ajenas, algunos de ellos recogidos entre la carroña de los tanatorios entre quienes ya nunca podrán reclamarle la apropiación, Sierra lastima a algunos de esos compañeros más o menos inocentes (aunque recordemos: todos mienten) que llevan una vida tan anodina como la suya. De hecho, la descripción que sobre él se da al principio del libro no puede ser más deprimente. Alfredo Sierra parece, más que un hombre real, un fantasma, uno más de todos esos hombres y mujeres que deambulan por la calle sin rumbo, se retrasan por no saber adónde tiene que llegar, viven sin pena ni gloria. Una partícula de la masa anónima de esta sociedad despreocupada del otro y ajena a lo que sucede a su alrededor en la que nos sentimos incluidos (o más bien excluidos) y de la que, como el personaje de Todos mienten, nos gustaría escapar.
Por ello el lector termina simpatizando con el producto de esa falsaria transformación, con ese proceso constructivo, ficción dentro de la ficción, en el que una vida vacía de contenido, como en una novela, se va haciendo interesante, construyéndose poco a poco al tiempo que progresa la lectura, llenándose de lo que mejor le conviene para integrar al individuo en un grupo, para que sea querido y recordado; una proeza a la que aspiramos y para la que contamos, como Sierra, con la herramienta de la imaginación, que solo precisa el pequeño impulso de la necesidad para, tal que en una moderna novela picaresca, ponerse a funcionar.
Por supuesto, no podemos pasar por alto esa crítica al mundo que hemos creado en el que la verdad no existe, sino que la manejamos a nuestro antojo; en el que nos protegemos tras perfiles falsos y avatares de manera que nadie puede conocer al que tiene a su lado, como ocurre con esos personajes tan bien trazados en su mediocridad y sus fingimientos que Vallés nos presenta para que, si somos capaces, les quitemos las máscaras. Porque ese es el papel participativo del lector: descubrir, en ese laberinto de aparente normalidad, qué une a ciertos personajes, qué secretos guarda quien menos se espera. Y, sobre todo, por qué Todos mienten.
Elena Marqués
María del Monte Vallés (Sevilla) se dedica profesionalmente a la construcción y el urbanismo; aunque sus pasiones, los viajes y la literatura, la han conducido a escribir relatos, libros de viajes y varias novelas, como Perdiendo pie (Triskel Ediciones, 2016) y Todos mienten, que apareció bajo el mismo sello en 2018.