Jarampa

Elegir un buen título no solo es un arte, sino un acto definitivo y difícil que, como los nombres para las personas, parece marcar un destino. En el caso de un libro de relatos la cosa se complica. Por eso, imagino, abundan esos que se limitan a escoger el de uno de ellos acompañado del consabido sintagma «y otros cuentos», lo que a mí, personalmente, me produce una tremenda lástima, pues me da la impresión de que esos últimos quedan relegados a un segundo lugar, pobrecitos, como si tuvieran menos importancia o fueran menos queridos por quien, en un acto de fe y generosidad, los ha lanzado al mundo.

Para Antonio Aguilera, autor de los libros de relatos Ínsulas y Antropoceno, todo tiene su importancia, hasta los hechos más insignificantes, o precisamente estos más que ninguno porque la vida se construye sobre pequeños detalles y lo que unos desprecian para otros resulta un tesoro. Recuérdese al respecto el trozo de mármol desechado por varios escultores del que Buonarroti dejó salir su obra magna.

Por eso me parece todo un acierto el título elegido por el escritor isleño para su último libro, Jarampa, que era un término desconocido hasta ahora por mí y que de repente me gustaría saberlo inscrito en el diccionario con ese sentido no recto que quiero otorgarle sobre todo después de leer a Aguilera. Él mismo, en una distendida charla en la librería Yerma, nos comentó el significado y alcance de tan sonoro vocablo, con el que los pescadores designan a esa mercancía defectuosa o poco comercializable con que se complementa la paga de la tripulación y que no necesariamente es de mala calidad, sino poco vistosa. (Siempre las apariencias, siempre las apariencias). Pero Antonio, que se ha criado en la costa atlántica rozando las arenas del país vecino, recuerda aquellos «desechos» como verdaderos manjares y no entendía por qué no llegaban a los puestos del mercado.

Pues de jarampa vital está construido este pequeño gran libro que reúne un buen conjunto de reflexiones, escenas, relatos, cuentos y otras narraciones breves que nos hacen valorar la esencia sobre la existencia y ponderar la significación de lo insignificante. Es una demostración, además, de algo que ya me habréis escuchado por estos lares en más de una ocasión: la posibilidad de convertir todo en arte, en este caso en literatura, con un buen ojo que todo lo ve. O que ve por debajo de la superficie, más allá de lo palpable.

Se suele decir que el poeta es aquel que sabe mirar de otra manera. Creo que en el caso del cuentista ocurre lo mismo. Y aunque la mirada, la observación, la contemplación, son importantes, la siguiente fase es fundamental. Lo que se suele decir «pasar del dicho al hecho». Porque no basta con prestar atención a algo que queremos destacar, hay, después, que escribirlo, de manera que el lector salga convertido en otra cosa por la función transformadora de la palabra, que no sé si es arma de futuro o presente desarmado, pero desde luego que nos ayuda a convertirnos en hombres.

En Jarampa se recogen relatos muy distintos o no tanto. Un anciano con demencia senil que sueña con su esposa para devolverla a la vida. Un carpintero en paro como símbolo de la dignidad. Una detención en plena calle de un pequeño empresario por culpa del estrés. Un error al recoger una maleta en el aeropuerto que da lugar a un simpático thriller cuyo final se nos arrebata. Una posible historia de amor entre dos pasajeros.

Los hay muy breves, apenas microrrelatos; otros se prolongan varias páginas, como El día a día de Alberto, que invito a leer a los que se excusan en el trabajo para desatender, por poner un caso, a la familia. Unos emplean el fluir de conciencia como fórmula; aquellos dejan hablar a los personajes en rápidos diálogos que nos hacen avanzar sin tropiezos por el texto. En uno y otro caso, quiero decir, pues el estilo de Aguilera ha ido ganando con los años en naturalidad y soltura, en técnica, en belleza.

La sensibilidad de Antonio y su enorme creatividad lo llevan a emplear distintas voces narrativas (primera persona, tercera, narrador omnisciente…), e incluso a darles la palabra a los objetos, a personificarlos. Así se nos muestra un paraguas abandonado, imagen siempre, no sé por qué motivo, de la desolación; o un objeto hecho de amianto, despreciado por contaminante; y en muy pocas líneas consigue el autor que nos sintamos abandonados y aislados, lo que demuestra su extraordinaria pericia.

Creo que fue ayer cuando compartí una cita de Alejandro Zambra que decía así: «Sabía poco, pero al menos sabía eso: que nadie habla por los demás. Que aunque queramos contar historias ajenas terminamos siempre contando la historia propia».

Yo creo que, en el fondo, todas nuestras historias se parecen, o al menos nuestros intereses y sueños coinciden en buena parte, y precisamente por eso leemos, para encontrarnos en las páginas de otros, y también por eso escribimos. Antonio Aguilera no cuenta solo su historia, o lo que le interesa. Creo que es de los pocos que verdaderamente habla por los demás, pues su conciencia ecologista y universal lo hace preocuparse por encima de sus posibilidades y ha encontrado en la literatura el camino perfecto para comunicarnos sus inquietudes y tratar, si no queda muy fea la expresión, incluso de reeducarnos en algunos aspectos.

Por eso, aunque ya lo he dicho, me resulta tan acertado el título de este libro, en el que Aguilera nos ofrece, recién sacado del mar de su cabeza, estos fragmentos de jarampa, para que los aprovechemos, para que les quitemos la cáscara y miremos debajo. Y, por supuesto, para que disfrutemos de esos significativos bocados de extraordinario sabor.

Elena Marqués

Antonio Aguilera (Isla Cristina, 1971) es economista y máster en Recursos Humanos y EMBA. Docente en escuelas de negocios y universidades, actualmente es secretario general de la Fundación Savia por el compromiso y los valores. Ha publicado numerosos artículos de opinión y relatos y es autor de los libros de relatos Antropoceno e Ínsulas.

 

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