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¡Por fin! he terminado de leer el último libro de Paul Auster. Y los signos de exclamación me eran muy necesarios en este caso, porque he de decir, aunque imagino que me lloverán las críticas por ello, que me he aburrido soberanamente. Las calificaciones con las que me enfrenté a él, en las que se decía que era «su libro más ambicioso», «una novela magistral», «la mejor novela de Auster», me parecen un simple reclamo publicitario de esos que ya tienen metidos en una base de datos de halagos y rendibúes, y que el libro para nada cumple con lo que se espera de autor tan reconocido. De hecho, en algunas reseñas sí que he encontrado tímidas críticas, siempre matizadas por adversativas y concesivas, como si el temor a contravenir a no se sabe quién los obligara a salvar el texto de la quema. Cosas así como «las virtudes de esta engorrosa estrategia tardan algo en manifestarse» (New York Times Book Review) o «y, como suele suceder con los experimentos, [...] se arriesga a fallar y a ratos lo hace» (Entre montones de libros). Yo no siquiera lo calificaría de experimento. Para mí la literatura experimental es otra cosa.
Y no digo que la idea de partida no sea buena (concreto: tampoco es novedosa), pero la ejecución me parece fallida. No hay originalidad en un texto más plano que la meseta castellana, más lineal que la paradoja de Zenón. Y, aun así, en esa facilona cronología en paralelo, llega un momento en que no eres capaz de discernir de qué Archie Ferguson se está hablando en cada momento, tan semejantes son en su monótona existencia. Vamos, que hay menos tensión que en un programa de cocina. Las famosas decisiones que conducirán al protagonista a sus distintos destinos parecen tomadas sin reflexión, como cuando yo, de pequeña, empezaba a imaginar un futuro libro y de repente me aburría de él y lo dejaba a medias, lo interrumpía bruscamente o hacía caminar a mi personaje por derroteros que no iban para nada con su personalidad. O sea, que me ha parecido más bien una obra primeriza en vez de lo que se esperaba, después de unos años de silencio y el anuncio de algo épico que iba a coronar la obra de Paul Auster.
¿Que puede resultar interesante como documento histórico de una época, de unos años determinantes en la historia de los Estados Unidos de América, con partes que parecen más un texto documental o histórico que una obra de ficción? Posiblemente, pero para eso prefiero mil veces ver Forrest Gump por enésima vez. Al menos uno le coge cariño al personaje, mientras a mí Archie Ferguson me ha dejado más indiferente que el porridge escocés, ya sea jugando al béisbol (siempre me ha repateado que hablen de ese deporte como si uno tuviera la obligación de conocer sus reglas, aunque reconozco que es problema mío), como creador de un libro sobre Oliver y Hardy, o como periodista al que de repente se le esfuma la vocación por un quítame allá esas pajas.
Ah, ¿y eso de incluir textos enteros que no pertenecen a la novela, como el famoso cuento infantil de los zapatos o poemas ajenos traducidos? Como cajón de sastre, no sé si valdrá; pero, desde luego, ese intento cervantino tampoco está logrado, a mi modo de ver. Y que te expliquen al final el título, como un capítulo adicional para lectores tontos... Me ahorro la opinión.
En fin, creo que con estas pocas palabras ya queda lo suficientemente claro que no me han merecido la pena estos casi dos meses de lectura y que no voy a emplear mucho más en este texto ventanero. No sé si queréis tomarlo como aviso a navegantes o como una nueva faceta más destroyer a la que no estáis acostumbrados. Desde que en un capítulo de House conocí uno de los síntomas del síndrome de Tourette, he lamentado no tener ese aisladamente, el de hablar sin filtros y encima poder achacarlo a una enfermedad. Sé que la sinceridad está sobrevalorada y que la mentira piadosa cumple una función benevolente; pero no es la primera vez que me pasa, eso de enfrentarme a un autor prestigioso que, criada su fama, se echa a dormir. Y como me parece mal, fatal, inmoral y un engaño, pues lo digo.
Ea. Queda abierta la veda. Ya podéis criticarme.
Elena Marqués
Paul Auster (Newark, 1947), escritor, traductor y cineasta, es autor de, entre otros, las novelas La invención de la soledad (1982), La trilogía de Nueva York (1987) y El Palacio de la Luna (1989); los guiones de las películas Smoke (1995) y Blue in the Face (1995); y el libro de relatos Creía que mi padre era Dios (2001). Ha recibido numerosos galardones, entre lo que destaca el Premio Médicis por la novela Leviatán (1992).