Agnusdéi (o cómo conciliar lengua y mundo)
«El tiempo no tiene ni idea de la historia que va a contar hasta que empieza a disponer las imágenes. Se diría que solo lo hace por disponerlas. Que es a medida que las dispone que aparece el sentido de lo que cuenta. [...] y la historia siempre se desarrolla de forma aleatoria».
Son frases del «Santoral» de José de María Romero que resumen muy bien, a mi parecer, este Agnusdéi-Baal presidido por el caos previo a la palabra, por la desconstrucción de un lenguaje fracasado que cobra sentido en cada momento exacto de su expresión. Desde el balbuceo silábico-rítmico a la enunciación, desde los sonidos inconexos del balido y la metralla y el giro sobre el eje del mundo, como un disco de jazz inacabable, hasta la afirmación de «la lengua es una daga que apunta hacia arriba» (una conciencia hablada y denunciante semejante a la de su Europa aplaude), el poeta descompone y recompone en un solo acto con la fuerza del neologismo, crea desde la nada de los sustantivos que nombran y señalan en una experimentación vanguardista que es, más que una tentativa, una convicción de cómo se perfila el mundo desde el origen.
En pinceladas-dardo, con una imaginería deslumbrante, con metáforas inversas en que los horizontes devienen líneas de tiza en una pizarra, José de María Romero nos hace recorrer la ciudad y el silencio, la historia de la humanidad (léase al respecto «TarTaMuDa», con sus continuas referencias bíblicas no exentas de ironía), la sociedad actual, el teatro (más bien el circo) del mundo y el dolor particular de las madres con sus propios corderos sacrificados. Y, en esa coreografía de la escritura y del tiempo, «Discernimos las ramas de los almendros en medio de la blancura». Basta con tener el ojo atento, o más bien el oído; identificar sintagmas sueltos en que el juego se recrea seriamente y distinguir los múltiples sentidos que brotan de las asociaciones de palabras, los ecos que se disuelven en el cuadro.
Música, pintura, contemplación, caminos, religión, todo sirve para ahondar en el hombre desmembrado-alienado del hoy, disuelto como las palabras en estas páginas, en instantáneas cuya «disposición aleatoria hace que las posibilidades parezcan ilimitadas». La búsqueda vertiginosa, aunque no existen prácticamente verbos que marquen la acción, se desenvuelve entre hipérbatos, encabalgamientos y amplias enumeraciones en un collage impresionista donde caben las definiciones, los fotogramas y los aforismos, del mismo modo que se describen una poética y una concepción del arte como recuperación (¿o creación?) de lo esencial, del ser primordial; como historia, también, del Universo y del Arte mismo, con sus connotaciones religiosas y sus intentos místicos de expresión y conocimiento. Como esas pequeñas historias que se esconden en la espalda de una mujer frente al espectáculo de unos fuegos artificiales.
Sí, este nuevo libro de José de María Romero descubre la osadía de un autor que lo recoge todo, mucho de lo ya dicho por él mismo, pero también todo lo que no puede decirse de otra manera que desde la torre de Babel en que se sume el mundo, desde los cuadros y la luz onírica en que el hombre se pierde para intentar encontrarse.
Porque tras ese aparente caos de la palabra y el pensamiento fragmentario que puede recordarnos a la escritura automática o a la revelación de Dios, y después de indagar en extraordinarias asociaciones, en el mosaico resultante hecho a base de materiales distintos, de tamaños diferentes, de voces que es una y son todas, se vierte la lucidez de la renovación.
No es fácil enfrentarse a este sacrificio del cordero, especialmente en las salmodias iniciales que más parecen un diccionario roto, la biblioteca rescatada de Alejandría, una sinfonía cruzada, un culto a los dioses antiguos cuyo lenguaje no conoce los signos de puntuación y que se vierten en extensas letanías como oraciones que no esperan respuesta, pues la respuesta es eso: lo «endiabladamente preciso del título que no tiene sentido», que nos explica qué es poesía, que nos la da a probar para que, siguiendo las pistas, leamos, cada vez, de un modo distinto, recompongamos, cada vez, el libro sagrado y humano y sin límites con una sola y sabia instrucción: abrir los ojos, pararse, detenerse, con los sentidos en flor, para experimentar físicamente la observación. Comprender que «Mirar es ver de nuevo el mundo».
Quizás una buena manera de hacerlo es este libro. Quizás lo sea la escritura
Elena Marqués
José de María Romero Barea es profesor, poeta, narrador, traductor y periodista cultural. Además de Poesía (qué si no), Un mínimo de racionalidad un máximo de esperanza y Europa aplaude, es autor de la serie narrativa Interrupciones, que abre con Hilados Coreografiados y cierra con Calcomanías. En su última novela, WTBTC, la propia trama se desarrolla a medida que se escribe y se escribe a medida que se desarrolla.
Romero Barea ha traducido a Curtis Bauer, Jeffrey Thomson y Gerald Stern. Es crítico de narrativa, poesía, ensayo y novela gráfica y ha sido coordinador de múltiples jornadas. Colabora con sus reseñas, entrevistas y traducciones en publicaciones de ámbito nacional e internacional