Año Nuevo
Me sorprende el principio de año con un libro a medio leer y nada reseñable o que reseñar, por lo que abrir la ventana sin recomendaciones literarias, que es a lo que dedico especialmente este portillo en el babélico laberinto de la red, se me hace un acto inútil.
Decido, pues, echar la vista atrás y repasar lo escrito por estas fechas en años precedentes. Ya sabéis: propósitos que se quedan «en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada» por esa inconsistencia (iba a escribir inconstancia, pero de verdad que no es mi caso) que nos caracteriza a buena parte de los seres humanos.
Por otra parte, el signo de estos meses que intentamos dejar atrás nos ha cambiado, y no para bien. Algunos han perdido seres queridos, empleos, esperanza, ganas, y no están de ánimo para soportar frivolidades y escuchar buenos deseos y chorradas de ese jaez, pues ahora más que nunca saben qué importa y qué no. La ausencia y la pobreza son vacíos demasiado grandes para llenarlos con palabras huecas, que son las que pronunciamos alegremente por estas fechas sin reflexionar mucho sobre su significado porque, a fuerza de repetirlas, ya no guardan sino un ligero parecido con el término original. Otros, a salvo del azote de la enfermedad y de los estragos de la pandemia, se sienten tan afortunados por ello que no se atreven a pronunciarlo en voz alta, por pura superstición, por si la cosa finalmente se tuerce; y tan estupefactos por lo vivido y lo por vivir que a veces piensan que todo se reduce a una gran broma, una burla demasiado cruel y absolutamente injusta, una pesadilla, una película de ciencia ficción cuyo desenlace solo puede ser (solo está siendo) trágico, mientras en el cine hasta en las invasiones extraterrestres y los ataques zombis se atisba a veces un principio de solución. Son una minoría los que siguen adelante con buen ánimo, entre los que no me incluyo por mucho que lo intente. Hay cosas que ni la voluntad más férrea, mire usted.
Pero, si de algo nos ha servido, nos está sirviendo (no debería ser tan categórica con los tiempos verbales en estos momentos de inestabilidad), este sindiós difícil de calificar es para aceptarnos frágiles y fieramente humanos, para bajarnos los humos en eso de creernos dioses, para darnos cuenta de lo que nos necesitamos. Para relativizar y, espero, hacernos algo más críticos. También (y eso lo lamento) para crisparnos los ánimos hasta el punto de que dialogar, si no es a gritos (con lo cual ya la palabra de nuevo deja de tener su significado primero), ni se nos ocurre, y preferimos lanzarnos a degüello contra aquellas opiniones con las que no comulgamos y erigirnos, con nuestra verdad (¿tengo que volver a citar a Machado, o no hace falta?), en pequeños dictadores por medio de ese cauce que tanto nos facilita la tarea de opinar, criticar y denostar sin detenernos demasiado en el acto previo de pensar, reflexionar y poner en cuestión.
En fin, que no tengo mucho que decir, y últimamente menos aún; pero no quiero abandonar este blog que abrí hace ya unos años ni apartarlo de su objetivo, que no es otro que hablar de libros, de los que leo y me gustan, algunos que de vez en cuando escribo, y pare usted de contar. Llenarlo de palabras para que no se las lleve el viento. Ni a mí tampoco.
Elena Marqués