Áspera seda de la muerte
Que vamos a adentrarnos en una «historia sobre mujeres» lo anuncia el escueto preámbulo con que se inicia el último libro de Francisco Gallardo, Áspera seda de la muerte, obra con la que obtuvo el XXI Premio de Novela Ciudad de Badajoz, así como que se nos recluirá en un espacio amurallado (buena parte transcurre en un beaterio de Sevilla), una prisión temporal, para que participemos con su protagonista del ansia de libertad en la que vive, del grave problema al que se enfrenta: la indefensión de una mujer maltratada a principios del siglo XIX.
El tema, desgraciadamente, no puede ser más actual: el sufrimiento de alguien a quien su marido arrebata la dignidad y considera un objeto (léanse en la página 69 las cualidades de una buena esposa, así como póngase nombre a la obra de teatro a cuya representación se alude en la 74), una mujer obligada a separarse de sus hijos (siempre se han utilizado los mismos métodos para atormentar a las madres) que decide afrontar un largo y penoso proceso de divorcio.
Basada en un hecho real, para lo que el autor se ha documentado con tal escrupulosidad que la novela parece escrita en el momento en que transcurre la acción, que no es otro que el fin de la Guerra de la Independencia, con lo que supuso la expulsión de los franceses y el retorno del Deseado de enfrentamiento entre absolutistas y liberales, clave en alguno de los episodios que aquí se narran («España es un país que siempre está discutiendo», se nos recuerda), y a través de un narrador omnisciente y de medidos diálogos por los que escuchamos directamente las voces de los personajes, Gallardo nos hace recorrer cada rincón de Sevilla, que de esta manera deviene coprotagonista de la obra, en algunos de cuyos vicios seguimos identificando la urbe de hoy («¿Qué ocurre en esta ciudad en la que muchas cosas se empiezan y pocas se terminan?», por poner un ejemplo). Con el autor vamos conociendo los nombres antiguos de las calles, la profusión de iglesias y conventos que componían su trazado, los hospitales, las fiestas, los negocios, los cafés donde se discute de política y se lee los periódicos en voz alta, los atuendos de la época, sin olvidar los expolios de obras de arte por mano del mariscal Soult y las condiciones nefastas en que quedó la villa tras una ocupación y una contienda. Incluso la opinión que a los extranjeros (en aquella época proliferaron los libros de viajes) les merecía el país.
Y, para mostrar los claroscuros de una sociedad en un momento histórico de transición, el autor elige cuidadosamente los procedimientos con los que irnos desvelando poco a poco la historia y el carácter complejo de cada personaje, desde ese hermano de la protagonista, Flora de Letona, del que ya se dice en la página 17 que «poco podemos esperar», un hombre frío, misterioso, que apenas habla pero actúa, a las recogidas en el beaterio de San Antonio. O a doña Concha, la madre de la víctima, con su resignación y su labor de salvadora de las ánimas del purgatorio a través de la oración. O al doctor Arribas, símbolo del progreso o, por mejor decir, del deseo de abrir las puertas a la modernidad, introductor de nuevas técnicas procedentes de París (se nombra el galvanismo, en pleno auge; sus estudios anatómicos y genéticos en busca del alma; su lucha por la higiene como el mejor método para salvar vidas; el empleo del microscopio…), de ideas avanzadas en ciencia como el exministro Saavedra, amigo de don Ramón de Letona, hombre de clase media-alta, afrancesado «por conveniencia» (buen negocio el de las latas de conserva para el comercio con el enemigo), las tiene en economía.
También presta mucha atención el autor a las habitantes del beaterio, madre superiora al frente, con su propio pasado de desengaño en el amor a cuestas; y a la amiga Concepción Rebolledo, poeta de versos efímeros, mujeres que parecen encarnar el moderno concepto de sororidad.
Pero, sobre todo, define Gallardo a la perfección el perfil del maltratador, en este caso Juan Ballester, engreído héroe de guerra que, en el fondo, esconde un triste complejo de inferioridad y múltiples frustraciones, capaz de mantener una imagen social magnífica que se quiebra al atravesar las puertas de su casa. Todos estos personajes crean la atmósfera necesaria para que nos introduzcamos de lleno en la trama y en una sociedad masculina y atrasada en la que se deposita a las mujeres «descarriadas» como si fueran muebles y ni siquiera se les concede la inversión del estudio, pero en la que, sin embargo, se atisba el soplo de la modernidad con la creación de la Compañía de Navegación del Guadalquivir y la construcción del primer barco de vapor.
De ahí que la novela aúne una fórmula estructural novedosa, con la utilización de fragmentos que parecen traídos por el capricho del recuerdo y continuos saltos temporales, siempre bien enlazados, a través de los cuales vamos conociendo las vidas y caracteres de los distintos personajes, con un lenguaje cercano al momento que representa, más bien arcaico, elevado, con algunos términos extinguidos y otros muchos de jergas concretas (son numerosas las referencias médicas, en las que Gallardo solo puede ser un experto por su profesión, a las que se añade el lenguaje jurídico propio del proceso que se dirime). Y esa es una de las mayores cualidades de este texto, que podría definirse barroco como la Sevilla en la que se desarrolla la acción, que se desenvuelve en detalladas enumeraciones de frases nominales que ofrecen una imagen pictórica de carácter impresionista, con frases a veces entrecortadas, tendencia a la estructura paralelística, y numerosas y originales comparaciones y metáforas, más moderados y felices hipérbatos que, a la vez, consiguen un tono poético y un elegante ritmo (el mismo título, basado en un metafórico oxímoron, anuncia la prosa poética que encontraremos en su interior) y pausan la acción para hacernos el proceso judicial lento e irritante.
El final, sin embargo, deja paso la esperanza a través de esa pregunta abierta, «¿Dónde vas, Flora?», que enlaza con el inicio de la batalla de esta al perder a sus hijos («Dónde vas, Flora?») allá por la página 38, pues sitúa a la protagonista frente a un futuro en libertad, que no era sino el objetivo de su divorcio. Para mí que no hay mejor modo de concluir la novela, pues a partir de aquí cada lector, que seguro habrá empatizado con la De Letona, tiene la posibilidad de concederle la vida que para ella desee.
Elena Marqués
Francisco Gallardo (Sevilla, 1957), especialista en medicina deportiva, ha desarrollado su carrera profesional ligado al baloncesto, tanto para la Selección Española como para el Caja San Fernando de Sevilla. En lo literario ha publicado, además de esta Áspera seda de la muerte, las novelas El rock de la calle Feria, finalista del XXXI Premio de Novela Tigre Juan; y La última noche, Premio Ateneo de Novela Histórica de Sevilla 2012.