Bajo tus pies la ciudad
Siempre he envidiado lo que se da en llamar «el mundo rural». Identificaba el paraíso perdido con esos espacios pequeños rodeados de cultivos y campos, con casas en lugar de edificios, donde podía uno vencer la pereza y salir a caminar acompañado únicamente del silencio para, debajo de un árbol, buscar inspiración. Me entusiasmaba su proximidad a la naturaleza y a los cambios que provoca el paso de las estaciones. Por el contrario, veía la ciudad, mi hábitat por nacimiento y crianza, como un lugar inhóspito, inabarcable, ruidoso, antipoético, monótono, poco digno de aparecer en ninguno de mis escritos.
Por eso me ha hecho tanto bien leer este libro de Antonio María Flórez. La experiencia de caminar por sus versos, sumada a otros afortunados encuentros de este último año, me ha hecho volver los ojos a la literatura urbana y reconciliarme con los fenómenos culturales que acompañan el modus vivendi de los últimos siglos. Porque me doy cuenta de que nada hay mejor para definirnos, o buscarnos, o perdernos, o encontrarnos, que el laberinto de calles que componen esta aglomeración de soledades.
Vertebrado en seis partes («Bajo tus pies la ciudad», «De bares y cantinas», «Estaciones de paso», «En el parque», «Escrito en la pared» y «Cansancio de ciudad») precedidas por distintas citas de músicos como Elliot Murphy, Kevin Ayers o John Cale que nos hablan también del universo de Flórez y algunas de sus deudas (entre otras, con la generación beat), el libro que hoy me traigo entre manos nos invita a acodarnos en los bares, a vigilar los cambios de luz en los semáforos, a dejar escapar autobuses «hacia un destino / que no se corresponde / con su vaga idea de la felicidad», a dudar continuamente, a hablar con los amigos y los desconocidos, a aprender de todo y de todos porque, como él mismo afirma en el poema que da nombre al libro (quizás el que condensa mejor lo que encontraremos), «muchas cosas pueden pasar / cuando vas por la calle». Y a eso vamos a asistir.
La ciudad, las ciudades, las que componen la existencia del poeta, desde la pequeña Don Benito hasta Buenos Aires con su fulgor de metrópolis, son la/las protagonista/s de este viaje, como también la/s receptora/s de las vivencias de quienes las pueblan, aunque estas vivencias se asienten en esperar, soñar o vagar en el insomnio; en dormir, despertar, preguntar y preguntarse por el amor y, en consecuencia, por el desamor y el olvido, por mujeres marítimas e inmateriales de nombres desconocidos; aunque todo consista en un espejo frágil que intenta reflejar lo que nos rodea y el propio interior de los individuos que la/s habita/n.
E insisto en este juego de singular y plural porque en el diálogo que establece la voz poética hay mucho de personal y a la vez de universal; porque no son sus pies los que recorren este libro, sino los míos, los tuyos, los del lector, al que implica, y no solo con el uso de los pronombres, sino sumergiéndonos realmente en un ámbito que conocemos e identificamos como propio.
De métrica libre y variada, tropezamos con poemas largos y narrativos evocadores de recuerdos junto a breves flashes que resumen la intensidad de un instante, sin olvidar la cara menos amable de esas ciudades-soledades que es precisamente la que concluye el libro, poblada de las arañas de la nostalgia y el desaliento de imaginar y no tocar nunca el paraíso.
Así que, después de pasear por sus bares de nombres legendarios, sus estaciones de paso, sus parques y sus esperas, no tengo más remedio que hacer mío este libro y afirmar también, como Luis García Montero, presente en una cita de su Completamente viernes, «Y sin embargo / esta ciudad es mía, pertenece a mi vida como un puerto a sus barcos».
Elena Marqués
Antonio María Flórez nació en Don Benito (Badajoz), pero se crio en los Andes colombianos. De allí, dice, le viene su vocación cívica. Docente universitario y consultor ministerial en Colombia, columnista y corresponsal en varios medios latinoamericanos, destaca por su gestión cultural de hermanamiento entre los pueblos de América y España y por su poesía experimental y de compromiso. Además de obtener el Premio Nacional de Poesía «Euclides Jaramillo Arango» (1999) por La ciudad y el Premio Nacional de Poesía «Ciudad de Bogotá» (2003) por Desplazados del paraíso, ha sido finalista del «Felipe Trigo» de Novela en varias ocasiones y del Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura de Colombia en 2015 con En las fronteras del miedo. Actualmente es candidato al Premio Nacional de Cultura de la Universidad de Antioquia, que se falla en octubre.