Canta Irlanda. Un viaje por la Isla Esmeralda
Cuando alguien pronuncia el nombre de Irlanda, lo primero que me viene a la cabeza es el deambular de Leopold Bloom por los barrios de Dublín con una patata en el bolsillo.
Que me asalte una referencia literaria antes que un paisaje o un olor específicos puede que se deba a que, desgraciadamente, nunca he llegado a visitar la Isla Esmeralda. Y aunque la imagino verde, fría y alegre (una tierra donde se bebe cerveza y whiskey en cantidades fabulosas apenas habría de dejar espacio a la tristeza), no tengo ningún elemento palpable, ningún museo, castillo o edificio al que aferrarme para el recuerdo.
Que el libro de Javier Reverte se inicie con unas palabras de James Joyce sobre su Ulises y con la celebración del Bloomsday y un recorrido por los lugares donde alguna vez estuvo el autor dublinés me confirma en la importancia que para esa isla en medio del Atlántico tienen los escritores, la poesía, los mitos y la música. De hecho, nunca antes había leído un libro de viajes en que se insertaran tantos fragmentos de baladas y poemas recordados por el autor ante un paisaje o un hecho histórico o escuchados en directo en los pubs; visita obligada a la que se concede sus buenos momentos en el texto y que son descritos siempre con retratos de poetas y dramaturgos colgados de las paredes y como centros donde homenajear, a través del canto, a los héroes y leyendas de la patria (de Cúchulainn tenía alguna noticia, de su gesto cidiano de parecer vivo después de muerto para atemorizar a sus enemigos), pues, según dicen, beber es, junto al catolicismo, la segunda religión del país. En efecto, creo que nunca habían ocupado tanto espacio dramaturgos, novelistas y poetas en un texto de estas características, en un género dedicado simplemente a recorrer un territorio.
Pero, claro, un país no es solo su geografía, por muy hermosa que esta sea y por muy cerca que, según afirmaba Heinrich Böll en su Diario irlandés, se encuentre del cielo. Tampoco los pueblos que lo invadieron, las batallas que se libraron en él (este pueblo de origen celta parece especializado en la derrota, «always loyal to lost causes»), los avatares de su historia, entre los que destaca para nosotros, lectores españoles, la catástrofe de la Armada Invencible frente a sus ásperas costas occidentales, y, para los patriotas y nacionalistas, el Easter Rising con su buen puñado de mártires. Un país, por encima de todo, son los hombres y mujeres que lo habitaron, lo amaron y lo cantaron. Y da la casualidad de que un fragmento de tierra no demasiado extenso ni especialmente influyente en el devenir de Europa y del mundo ha dado nombres excepcionales en el excepcional arte de la literatura (cuatro premios Nobel ni más ni menos) y algunos otros genios que dejaron obras únicas de las que todos hablan aunque no siempre lleguen a entenderlas. Además, un país que ama a sus creadores hasta el punto de librar los derechos de autor de impuestos (es el único en el mundo que concede estos privilegios) solo puede causar admiración.
Pienso que eso precisamente me hace amar esta tierra antes de conocerla. Y porque se funden en ella la leyenda con la realidad, quizás mezcladas por el viento que azota sus costas y que tan bien figura en las películas; y porque su historia está atravesada por la vena romántica del sufrimiento, la pobreza y la lucha, especialmente contra sus eternos enemigos, los ingleses (por esclavistas, por protestantes y simplemente por ingleses), y eso revela una personalidad nacional fuerte, un amor infinito por la tierra que los vio nacer, que es algo de lo que adolecemos los españoles y que, aunque suene a antiguo, resulta digno de encomio.
La cuestión es que cumple este volumen con creces el cometido de todo libro de viajes al ofrecernos más de un motivo para emprender el periplo ensayado poco antes por su autor, pues, después de este amable y realista recorrido de la mano de Reverte, experto en presentarnos plásticamente el entorno como si camináramos por él, con todo lujo de detalles y sus medidas dosis de lirismo y de humor, tengo más ganas, si cabe, de visitar por fin Irlanda.
Pero, aparte de caminar por sus puertos y transitar sin prisas por sus estrechas carreteras detrás de un tractor (se perfila este espacio como un mundo eminentemente rural, y nada mejor para quien busca también en el viaje perder momentáneamente de vista los incívicos gestos de la civilización), lo que más me apetece en estos momentos es recorrer las páginas de ese puñado de escritores irlandeses que tanto han aportado a la Literatura, desde Jonathan Swift a Oscar Wilde, por quien confieso una debilidad enfermiza, sin olvidar al creador del teatro del absurdo (hoy, más al día que nunca); desde William Yeats hasta Patrick Kavanagh para significar dos conceptos distintos de poesía, adecuados ambos para explicar lo universal y lo cotidiano y representar, en fin, el alma de Irlanda, el alma de todos.
Elena Marqués
Javier Reverte (Madrid, 1944), escritor, viajero y periodista, trabajó como corresponsal de prensa en Londres, París y Lisboa y como enviado especial en numerosos países de todo el mundo, además de como guionista de radio y televisión. Ha escrito novelas, poemarios y libros de viajes, entre los que destacan su Trilogía de África, la Trilogía de Centroamérica, El corazón de Ulises (ambientado en Grecia, Turquía y Egipto) y El río de la desolación, en el que cuenta un viaje por el Amazonas que estuvo a punto de costarle la vida.