Casa de fieras
El 15 de abril de 2016 se presentó en la Casa de Fieras, actual biblioteca Eugenio Trías de Madrid, el tercer volumen del proyecto de M.A.R. Editor Mujeres en la historia, y Miguel Ángel de Rus, mientras nos escuchaba hablar sobre nuestros relatos, ya ideó una manera de hacernos volver a la carga.
Esa tarde rescatábamos y sacábamos a la luz a hembras valientes y esforzadas que en la Ilustración lucharon por sus derechos y libertades, se dedicaron a la ciencia o a las artes, se mostraron en su mejor faceta. Y, aunque por supuesto que veíamos imprescindible reivindicar esas figuras que tanto bien hicieron a la humanidad, y que en la mayoría de los casos permanecían olvidadas, lo que se nos propuso sonaba algo más divertido e igualmente liberador, y no era otra cosa sino que escribiéramos sobre mujeres malas. Así, como suena. Les tocaba el turno ahora a hembras malvadas de muy diversa índole, a las que miraríamos precisamente nosotras, a las que liberaríamos del enfoque masculino que la literatura, machista como casi todo en este mundo, tenía sometidas. Difícil resistirse, porque ¿a quién no le gusta ponerse en el papel de una vengadora o una adúltera sin mancharse las manos de sangre ni correr peligro alguno?
Meses después, ahí va el libro, en el que participan buena parte de aquellas mujeres de la foto más alguna otra que no quiso dejar pasar la oportunidad de sumar su voz a la causa. En él encontramos asesinas a sueldo, niñas perversas, reinas destronadas, lesbianas dominantes, vizcondesas moribundas, ancianas justicieras, camareras ambiciosas... En fin, un cúmulo de historias en las que pasaremos del estupor a la risa, un libro transgresor con el que disfrutar y en el que beber para nuevas historias.
Yo os dejo un fragmento de mi relato, Corazón sicario, con que se abre el volumen. Y, por qué no, el enlace donde podéis haceros con él para estas Navidades. Espero que os guste.
Corazón sicario
La conocí en un tugurio. El humo de los cigarros se enredaba en sus dedos largos y blanquísimos. Me fijé en ellos, hipnotizado. Pensé que eran capaces de estrangular a los muertos.
Se llamaba Hanna. Eso dijo. Hablaba poco, pero su voz era contundente. Alejaba a los moscones de un solo parpadeo. Las pestañas le bailaban en la sombra con un gesto trágico.
Hanna, dónde vivirás, qué callejas habrán recogido tu cuerpo acribillado por las balas de la venganza.
Es verdad que mis ocupaciones no me dejaron verlo. Me habían contratado para matarla y ella debía saberlo desde el principio. Me ofreció una cerveza, que no pude rechazar. El alcohol bajaba por mi cuerpo hasta dejarlo muelle. Comprendí que se me había adelantado y vomité sobre la barra, y luego me despidieron a puñetazos. Pero esa vez me salvé. Ella había desaparecido por la puerta trasera y el camarero se aburrió de darme patadas en el cráneo. Creo que lo avisaron desde dentro. Ese día los clientes estábamos dándole que hacer.
Llegué a casa confuso. Una mujer tan hermosa no podía prestarse a esas intrigas. No podía ser una sicaria como yo. Eso es trabajo de hombres. Decidí que debía salvarla, sacarla de aquel mundo antes de que otros la sacaran por mí con sus dos buenos tiros en la nuca.
Hice por verla. Me apostaba cada noche en la esquina, dentro del coche, con la radio encendida para no sucumbir al aburrimiento. Previamente había llamado para deshacer el trato y devolver el dinero al hombre que me había contratado para matarla. Me excusé con un viaje repentino. Mi vieja, que se moría. El tipo no puso reparos. Se mostró comprensivo. Los mafiosos también tienen corazón.
Elena Marqués