Cien minutos, cien poemas
«Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora
campos de soledad, mustio collado,
fueron un tiempo Itálica famosa.»
Rodrigo Caro
Y aún algunos románticos empedernidos se empeñan en que su nombre suene más allá de las columnas derribadas, la caliza amarillenta, la cavea anchurosa que sirvió en esta ocasión, bajo los auspicios de Noches del Baratillo, para un recital en el que participó medio centenar de poetas el día 2 de mayo, a las 19:00, bajo un sol de justicia, como una de las muchas actividades programadas por la señera institución sevillana para este mes de las flores.
El entorno no podía ser más hermoso y propicio para los versos que más de uno traía preparados. Una gran mayoría se decantó por recordar la ciudad romana parte de cuyos restos («ay, dolor») quedó durante años colmatada bajo el abandono y el desinterés; pero no faltó quien prefirió celebrar la figura del poeta, o quienes se decidieron por un canto popular y festivo. O quienes clamaron justicia y pusieron ante nuestros ojos realidades poco poéticas por su dureza y su verdad. Así, mientras el sol bajaba tras el cerro de San Antonio y la sombra beatífica de las gradas nos procuraba un respiro, se escanciaron versos de arte mayor en sonetos bien medidos, volaron alejandrinos, se enredaron los octosílabos entre cohetes que ya auguraban otras fiestas de la primavera.
Y todo ello conducido con maestría por unos presentadores caracterizados para la ocasión, Elizabeth Santos y Gabriel Gil, que fueron dando paso a los protagonistas del acto en un diálogo de corte clásico no exento de gracia y donosura sevillanas; que las musas no podían fallar en ese acto que quiso venir a demostrar que, como ya Bécquer anunciara,
«Podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía.»
Elena Marqués