Cuaderno de laboratorio

En un documento encontrado en la página web de la Universidad del País Vasco se explica lo siguiente:

«Hacer un experimento no se limita a preparar disoluciones y a realizar medidas con aparatos diversos. Cualquier científico está obligado a elaborar un informe escrito de las actividades que ha desarrollado en el laboratorio y de los resultados obtenidos. Estos informes se recogen en el cuaderno de laboratorio, que es personal e intransferible».

Quizás Carmen Ramos considere esta nueva entrega de sus composiciones, su ser y su biografía, tanto personal como poética, apenas un ensayo, un experimento en ciernes pendiente de resultados y pruebas complementarias que concluyan en algo de fiar, que nos aporten una solución a ese gran objeto en permanente estudio que es el mundo, así como a esa denostada ciencia de su representación a través de la palabra que es la voz del lenguaje poético. Quizás esa habitación propia donde traza y elabora sus versos hasta obtener un contundente precipitado le resulte a veces un recinto frío y aséptico en el que diseccionar a diario lo que le ocurre o le ha ocurrido. Lo que sí está claro es que este poemario, posiblemente su obra más personal, gracias a El libro feroz, que ha sabido acogerlo, también físicamente, haciendo de él un pequeño objeto artístico, un cálido diálogo entre palabra e imagen, entre vida y poesía, ha dejado de tener el carácter de intransferible para convertirse en comunicación, en vuelo, en experiencia compartida para quienes, al leerlo, nos reconocemos en él, en los aciertos y en los errores, en la misma madre muerta y en los mismos golpes y desahucios.

Como un verdadero cuaderno de laboratorio, con su papel milimetrado en la cubierta, sus portadillas con fondo cuadriculado y sus notas enganchadas con un clip, al abrirlo encontramos fechas claves que presiden secciones (ninguna objeción que poner a la estudiada construcción del libro, el hilo cronológico llevándonos hasta dónde); breves explicaciones de los ingredientes que se pondrán en juego; imágenes que apoyan gráficamente (entiéndase el adjetivo que compone este adverbio en sus acepciones 2 y 3) algunos de sus tanteos; muchas preguntas lanzadas al aire (qué cosa invita al pájaro, qué nos quedará cuando no tengamos nada que decir, en qué momento estos cachorros hemos crecido); paréntesis reflexivos y conclusivos que, más que interrumpir el experimento, aportan nuevos datos; citas, referencias y «Palabras prestadas» (así se llama una de sus secciones) sobre todo aquello que alguna vez la hirió, las esquirlas que culturalmente la componen, la música que en el viaje la acompaña (hay un poema, de hecho, que es recomendable leer con su propia banda sonora).

Con buenas dosis de metaliteratura (encontraremos muchas referencias al proceso creativo, así como al resultado, a la calidad de lo escrito, a la poesía dentro de la poesía como el amor dentro del amor) y, a la vez, de «desdén» por lo literario (no sé cómo tomar su glosa, o desglosa, del poema XV de Neruda, si como crítica, si como burla, si como llanto); con un lenguaje buscadamente prosaico en ocasiones para desvelar la humanidad de la poesía y especialmente de las poetas, capaces de blandir tanto la fregona como la pluma, dispuestas a patear las peanas que se les han concedido sin dejar de aceptar la condición única de sus ojos abiertos a todos los aspectos de la realidad, en esta especie de diario que traspasa las fronteras del tiempo (las dos últimas secciones ¿no se estarán escribiendo aún? Porque ¿en qué momento acaban sus recuerdos?), Ramos nos ofrece un conjunto de poemas inéditos de distintas etapas, de variada factura y contenido, en los que muestra su admirable versatilidad al emplear muy distintas fórmulas, desde el poema en prosa mecido por el ritmo de la anáfora y la polisíndeton hasta aquellos otros soplos de un solo verso con resabios de haiku que a mí se me figuran como apuntes disparados de un poema futuro, como la semilla que contiene todas las posibilidades, como una pequeña y plurisignificativa caja de Pandora que desatará en nosotros una reacción de truenos por la simple observación de la imagen callada, el instante atravesado por todos los sentidos, la fuerza amarilla del recuerdo.

Por supuesto, como en tantas otras ocasiones en que la poeta es capaz de extraer belleza de lo más ínfimo, también aquí apreciamos esa voz propia que a veces cobra carácter narrativo, mientras en otras adopta el cauce de un curioso flujo de conciencia sin puntos ni comas bajo la lluvia que todo lo desordena («Singing in the rain»), para siempre deshacerse en un último verso potente que resume bien el lugar al que quería conducirnos. O, revisando de nuevo el poema XV y lo que subyace en él (léase «The walking dead», o el que sin título se desliza en la página 55), para recordarnos que la poesía puede ser en ocasiones palabra comprometida que nos agita, un arma cargada de futuro, una roca sobre la que, con la misma exactitud que se le concede a la ciencia, tratar de reparar el antipoema del mundo.

Ese es para mí el significado de este Cuaderno de laboratorio de Carmen Ramos: uno más de sus muchos ensayos o experimentos poéticos, siempre acertados, siempre trascendentes, por explicar lo inexplicable. Y solo podemos agradecérselo.

Elena Marqués

Carmen Ramos (Gibraleón, 1968) es economista. La plaquette Mudanza interior (Ediciones en Huida, 2010) fue su primera publicación en solitario, a la que han seguido los poemarios Poliédrica (Ediciones en Huida, 2011) y Las estrellas han hallado otra forma de morir (Guadalturia Ediciones, 2013), libro por el que fue candidata al Premio Andalucía de la Crítica. En Lastura ha publicado el poemario Pequeño tratado de etología  y el libro de microrrelatos encadenados Más de veinte maneras de lavarse las manos. Organiza talleres de iniciación a la poesía e intenta mantener vivo el blog Poliédrica.

 

Cuaderno de laboratorio

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