De todo un poco
Muchos de vosotros sabéis que he estado colaborando con mis escasos medios y mi excesivo arrojo en la organización de la Feria del Libro de Bormujos, algo que me ha superado en todos los sentidos. Quienes me siguen y conocen cuánto me altera todo —véase «Cosas que quitan el sueño» y «Cosas que quitan el sueño (II)— se harán una idea de las noches sin juntar los párpados, aunque quizás eso haya sido lo de menos. Me he pasado los días —más bien los meses— cruzando los dedos para que todo saliera bien, para que los editores y libreros que han querido participar en esta aventura no se fueran de vacío, para que los autores invitados tuvieran ocasión de hablar de sus obras, para que la lluvia no estropeara la afluencia de público... Aspectos, muchos de ellos, que no siempre dependen de uno, sino del interés que una celebración como esta despierta en ese pequeño mundo de la cultura que, desgraciadamente, dejado de la mano de Dios, se debate como puede a base de trabajo y buena voluntad.
Es difícil evaluar de un modo objetivo algo tan reciente. Me he desesperado mucho; más en la fase previa, cuando una y otra vez he comprobado que no siempre el lenguaje sirve para comunicarnos, que las palabras a veces se malinterpretan. Y eso, a quien se vale de ellas a todas horas, a quien les tiene tanta fe, le hace plantearse varias cosas. La primera, si es que no siempre las utiliza como es menester y quizás debería dedicarse a otras tareas, como al cultivo de champiñones en los bajos de un coche inundado (más de uno sabe de lo que hablo) o a la ensoñadora contemplación de las estrellas.
No quiero perder esa confianza en que el ser humano está hecho para entenderse, aunque a la vista está, si leemos o escuchamos las noticias a diario, que, por ahora, nos queda un largo camino en ese ámbito. Y, a no ser que se cumpla lo que hace poco experimenté con la película La llegada y sean los extraterrestres (de cuya existencia ya casi nadie duda) los que nos conminen a hablar entre nosotros, aún tendremos que hacer esfuerzos titánicos para que los mensajes lleguen con el sentido unívoco con que fueron lanzados a las ondas.
Pero, dejando eso a un lado, prefiero ponerme estupenda y dejar constancia de todo lo que he aprendido en estos días y agradecer, por poner un ejemplo, a quienes me han abierto los ojos a la Poesía y a la Música; a quienes han compartido con nosotros historias de superación y de amor incondicional; a quienes han derramado lágrimas emocionados por la magia de la palabra (¿veis?, eso me lleva a retirar todo lo dicho antes); a quienes cuentan cuentos y leyendas para que los niños entiendan dónde encontrar parte de la felicidad; a quienes se dedican a juntar letras; a quienes las reúnen sobre un papel, las ilustran, las imprimen y las ofrecen como un gran regalo. Gracias, pues, a quienes me han acompañado en estos días: a los autores que, soportando la lluvia, han acudido desde distintos puntos de la Península (Gijón, Jaén, Lucena, la Sierra Norte, Sevilla Este, que está casi igual de lejos que todo eso); a los editores que se han trasladado desde Cáceres o Cádiz; a libreros de Huelva, de Málaga, e incluso llegados de La Coruña, que han soportado el frío de la última jornada a golpe de café expedido en el food-truck de la puerta; a algún cocinero valenciano que ha alimentado a más de uno bajo el techo de una destartalada Peña Bética (Manuel Machuca: bética. Tiene razón John sobre quién gana el derbi)... Y, por encima de todo, a ese equipo de organización que no ha parado un momento, adjudicando salas, solucionando imprevistos, barriendo el recinto de la Feria (como lo oyen, aunque parezca ficción) e, incluso, después de todo lo que hemos pasado, lamentando que esto se acabe, que se vacíen los stands de esos libros y esas personas entregadísimas que han sido por unas jornadas nuestros compañeros en el efímero tinglado que es la vida.
Elena Marqués