Distintas formas de ir a la deriva
El miércoles 29 se presentará en la Feria del Libro de Trujillo el libro de relatos Distintas formas de ir a la deriva , de una servidora. La razón de que sea allí su puesta de largo es obvia: ha sido de nuevo Tau Editores, editorial cacereña, la responsable de que esta nueva criatura vea la luz.
Hablar de un libro propio cuesta más trabajo que hacerlo sobre un trabajo ajeno. No porque uno no sepa ejercer con cierta solvencia la autocrítica, que ya, a estas alturas, algo se aprende. Es el pudor el que lo impide.
Porque la cuestión es que me siento bastante satisfecha de cada una de sus historias, algunas de las cuales, como yo, ya peinan canas, pero no por ello he querido olvidarlas, pues siguen siendo para mí muy queridas y, además, no han perdido vigencia.
El recorrido por ellas puede ser tan aleatorio como queramos. Es verdad que hay cierta agrupación voluntaria, y he querido abrir el libro quizás con el más violento, el que puede parecer más ajeno a mí y a nuestro mundo. Sin embargo, estas primeras páginas suponen un ejercicio literario cuya protagonista es uno de los más afamados personajes del mundo contemporáneo: la soledad. Deja, pues, de resultarnos lejano ese cazador furtivo de carácter agrio y pasamos a verlo como una víctima de la que es posible compadecerse.
La muerte será un tema recurrente, desde «Poemas para una niña muerta», accidental y trágica, hasta el acabamiento tranquilo, la despedida en la vejez cumplidas ya todas las tareas de esperar lo que no puede volver. Esto último es lo que encontramos en «El tiempo no es el tiempo», un relato premiado por la Fundación Gaceta de Salamanca de paso lento y cuidada factura cuyo final (lo confieso) siempre me hace llorar.
Y no es el único relato que ha sido reconocido con algún galardón: con «Juegos florales», intercambio epistolar entre Pepín Bello, intelectual español de la Generación del 27 que jamás publicó nada, y un primo suyo, obtuve en su ciudad natal también un premio; y lo mismo con «El último verano», que me llevó a un pueblo acogedor de Albacete, Madrigueras, donde tuve la suerte de conocer al escritor también sevillano Pepe Quesada. O con «Marea con jazmines», que me hizo viajar a Granada a recoger un segundo premio en el desgraciadamente desaparecido premio Paso del Estrecho, organizado para estrechar lazos entre la cultura occidental y la árabe, algo tan necesario en nuestros días. En este caso es un niño quien escribe cartas a su padre, emigrado a nuestra tierra; un niño obligado a crecer en la tristeza de la separación. Parecido desgarro experimentan los protagonistas de «Razones para el regreso» y «Canciones de ida y vuelta,» que ya en el título nos adelantan el tema y que de nuevo nos enfrentan al desarraigo y el retorno a la tierra natal.
Por eso encontré con rapidez el endecasílabo del título, pues todos y cada uno de los personajes que aquí se dan cita sienten el suelo temblar bajo sus pies y se emplean, o bien en huir de algún modo, a veces a través del engaño (léase la historia de Sebastián de la Calle, alias el Gaucho), o bien en emprender una nueva vida (como la joven Soledad Ortiz, con sus jazmines al pelo), o en marchar ¿definitivamente? de esta tierra de sinsabores en pleno «Día de difuntos».
Y a todo le pone la guinda la escritora sotieleña Lola Almeyda, autora del prólogo, que sabe ver en todo poesía y a la que le agradezco sus palabras y su aliento en la botadura de estos 12 relatos donde no podían faltar los artistas (aunque sean tan extravagantes como los que vagan por «Es verdad que cuando lo hice estaba como una cuba», narración que también quedó finalista en un certamen, esta vez al otro lado del Atlántico) en su trágica tarea de crear nuevos mundos.
Espero que estos que ahora os entrego os resulten lo suficientemente gratos o inquietantes como para volver a ellos de vez en cuando.
Elena Marqués