El estrés del funcionario

Sí, como suena. Habrá quien no se lo crea, pues bien extendida está esa imagen tan criticada, y con razón, del funcionario como aquel tipo (o tipa) que se sienta en una oficina, periódico en mano, a dejar pasar las horas, a atender al público de mala gana sin mostrar ningún interés por lo que hace o más bien deja de hacer. Debo recordar que policías, bomberos, algunos médicos y enfermeros, profesores (pobres…)… también pertenecen a ese grupo de «elegidos» que tuvieron que sufrir un tiempo estudiando y pasar varios exámenes para, en muchas ocasiones, terminar arrepintiéndose al enfrentarse a un sistema de cargos incompetentes y reparto de tareas tan absurdo que se diría hecho por el mismísimo capitán Jack Sparrow en plena cogorza. Pero es que el otro día, tras tomar café con un compañero, me hizo ese comentario. «A quien se le diga que estoy estresado en el trabajo…».

Yo también lo estoy, aunque no sea solo ese horario estricto que he de cumplir y las estupideces que he de soportar a diario lo que me hace subir la tensión. Soy demasiado activa, lo reconozco, y dispuesta; pero parece mentira que tenga que recordar una y otra vez que todos tenemos límites, e intereses que se anteponen a otros (sobre todo porque son intereses propios, sin quitar importancia a los ajenos), y que, aparte de esas cerca de cuarenta horas semanales que me dedico a ganarme las habichuelas, tengo suelos que limpiar, ropa que tender y planchar, necesidades filiales que atender. Y el resto del tiempo, el que quiero consagrar a mi actividad literaria, se queda en na, como las espinacas cuando las cueces. Solo una primitiva me daría la oportunidad de pedirme algo parecido a un año sabático (quédense con ese sintagma, porque va a dar que hablar) y escribir.

Mientras eso llega, como digo, me levanto temprano; acudo a la oficina todas las mañanas más la tarde de rigor; almuerzo y dedico un tiempo al trapo y a la mopa, que inspiran poco diálogo dramático; asisto a cursos, a tertulias, a recitales, a presentaciones de libros, generalmente de amigos, a los que me gusta acompañar; preparo y copresento los programas de La Inopia; y recibo todos los días varias peticiones de ayuda y opinión sobre tal o cual texto, a veces con cierta exigencia (a ver si me explico: en horario de trabajo estoy en horario de trabajo), como si mi condición de correctora me hiciera revisarlos por imposición de manos y no con el esfuerzo de mis ojos y la inversión de mi tiempo.

Hay gente que me lo reconoce. «No sé cómo puedes con todo». Pues esta entrada es para decir que no, que no puedo con todo, que es algo que he dicho por estos lares en varias ocasiones, quizás en un tono más suave, y también quizás por eso no se me haya entendido del todo. Echo de menos ocupar mi tiempo en lo que me apetece: leer, escribir, ver una película, sin la urgencia de tener que contestar varios correos o preparar actividades que tanto me estresan. Entre otras cosas, porque una no es gestora cultural ni nada parecido, sino correctora, trabajo por el que me pagan (ah, sí, hay mucho de él que no me pagan, y lo hago igualmente), y otra cosa que no sea esa me cuesta mucho trabajo, un trabajo que no está pagado con nada (ah, es verdad, que ese sí que no me lo pagan…). El otro día, sin ir más lejos, tuve una sola hora de descanso desde que me levanté. Si a eso le añado que mi salud no es como para tirar cohetes, que tengo una hernia cervical aunque lo que me matan son las protusiones lumbares y la artrosis (ya me duelen hasta los tobillos y me cuesta trabajo andar), estoy para tomarme las cosas con calma. O al menos para que, cuando dejo de hacer algo de toda esa maraña de tareas (les recuerdo las ineludibles: la familia y el trabajo: hagan una cuenta del tiempo que ha de invertirse en eso cada día), no me pongan mala cara. Porque, aunque suene materialista, soy de las que piensan que solo se puede exigir cuando vas a recibir a cambio un estipendio, no cuando se hace voluntariamente, y si, por lo que sea, no existe voluntad o posibilidad en un momento dado (las circunstancias a veces son muy puñeteras), pues eso, me parece fatal que reciba algo parecido a una mala cara. La gente se acostumbra a que haya personas de guardia para sus necesidades. Dirán que para eso estamos los funcionarios…

Elena Marqués

El estrés del funcionario

No se encontraron comentarios.

Nuevo comentario

Los libros que leo

Jarampa

Elegir un buen título no solo es un arte, sino un acto definitivo y difícil que, como los nombres para las personas, parece marcar un destino. En el caso de un libro de relatos la cosa se complica. Por eso, imagino, abundan esos que se limitan a escoger el de uno de ellos acompañado del consabido...
Leer más

La noche que Luis nos hizo hombres

Se atribuye a Eleanor Roosevelt la famosa frase de «el ayer es historia, el mañana es un misterio, el hoy es un regalo. Por eso se llama presente». Yo confieso que la escuché en la primera parte de la película infantil Kung Fu Panda, en boca del anciano maestro Oogway, famoso por su sabiduría, como...
Leer más

La nostalgia de la Mujer Anfibio

Que Galicia tiene magia es un hecho, una realidad. Si es que magia y realidad pueden conjugarse en una misma oración sin que despierte extrañeza. Aún recuerdo una ruta hace años, a través de las fragas del Eume, hasta Caaveiro. Las vistas desde un puente desde el que se entreveía el monasterio. Y...
Leer más

Canto a quien

Nadie sabe qué es la hierba, Iván. No hace falta que nos lo recuerdes con una cita de Whitman, de quién si no, para anunciar este último libro que es tan tuyo como del americano de las barbas largas y el canto enfervorizado y anchísimo. La hierba, sí. La hierba. Los científicos dirán lo que crean...
Leer más

Algunos animales y un árbol

Bajo la denominación Algunos animales y un árbol podría caber cualquier contenido, especialmente de corte ecológico. Aunque a mí, bromas del subconsciente, este título me ha recordado a otro por igual curioso y que dio mucho que hablar: el del documental de 2017, grabado por el actor español...
Leer más

En el iris el tiempo

No vamos a quejarnos de los últimos años porque todos tenemos motivos para hacerlo. La vida se nos ha puesto patas arriba, irreconocible. Y nosotros mismos hemos cambiado. No solo en costumbres, sino también en carácter. Una de las consecuencias de este desbarajuste, tanto colectivo como...
Leer más

En el río trenzado

Pasamos la vida salvando encrucijadas y planteándonos si habremos acertado en la elección. Dos conjunciones juntas, la copulativa «y» y la condicional «si», que, bajo ese aspecto insignificante, entrañan un gran peligro. Yo misma (pero quién no, diréis) incluí una reflexión acerca de eso en mi...
Leer más

Beernes

En estos tiempos crispados, en que te cruzas con alguien y te saluda directamente con un «pues anda que tú», se hace más necesario que nunca reivindicar el humor. Por eso me declaro hater de aquel fraile de El nombre de la rosa partidario de envenenar a todo el que osara leer el libro de...
Leer más

Todo lo que crece. Naturaleza y escritura

No recuerdo cuándo, ni dónde, aunque sospecho que fue en una de esas entradas facebookianas con las que de vez en cuando me entretengo, leí un acertado comentario sobre el arte de escribir contracubiertas y solapas, entendiendo en este caso el término «arte» en la cuarta acepción del diccionario,...
Leer más

El sintonizador

Ayer, cuando andaba planificando mi entrada de hoy, me enviaron vía WhatsApp un vídeo de lo más inquietante. Un tipo con barbas y excelente dicción explicaba las infinitas posibilidades de la inteligencia artificial. Y lo hacía a través de un ejemplo en el que prestaba su voz a un avatar con su...
Leer más