El largo camino de tus piernas
El día 11 de junio se presentó en el Círculo Mercantil e Industrial de Sevilla mi última novela, El largo camino de tus piernas, bajo los auspicios de la joven editorial cacereña Tau Editores y su director, Antonio Burillo, responsable de que la historia de Alice Duchamps no caiga en el olvido.
Muchos de vosotros ya conocéis una primera versión de la historia, aquella que, hace apenas un año, cosechó un accésit en el IV Certamen Internacional de Novela Corta «Giralda», organizado por la Asociación Artístico-Literaria Itimad, y que firmé, junto a mis compañeros premiados, en la Feria del Libro de Sevilla. En este tiempo, que se me ha hecho corto, he tenido la suerte de conocer el funcionamiento de estos certámenes por dentro, pues he participado en algunos como jurado; he organizado recitales poéticos solidarios; he conocido a nuevos escritores; me han invitado a mesas redondas y encuentros de toda índole; he acudido a la radio; he firmado en la Feria del Libro de Madrid; he prologado varios libros; he creado este blog... En resumida cuentas, he hecho de todo, menos escribir.
Alguno me dirá que estas tareas accesorias son también necesarias, sobre todo si quiero cumplir con esa segundo elemento esencial a la literatura, que es el lector. Cuando uno empieza, se refugia en que escribe para uno mismo, y algo de eso siempre hay. Escribimos para entendernos, pero también para comunicarnos, y a veces la función fática, el garantizarnos la atención del receptor, nos ocupa la mayor parte del tiempo, y a mí, al menos, me desgasta.
Por eso aprovecho esta entrada, en la que casi no voy a hablar de mi libro, para preguntarme si es a eso a lo que deben dedicarse los escritores (no es que yo me considere como tal, pero algún pequeño intento sí que hago); si no estamos cayendo en eso que expresa el dicho de «cría fama y échate a dormir» y la literatura no es hoy poco trabajo a la luz del flexo y mucho moverse entre las bambalinas.
Puede que me esté contradiciendo a mí misma y a algo de lo ya expresado en otra ocasión, cuando comenté que había descubierto lo hermoso y útil que puede llegar a ser, por ejemplo, recitar en público, compartir la poesía; pero echo de menos aquellas tardes en que solo nos mirábamos la pantalla y yo, y el humo de una infusión y, por qué no, el sonido insomne de la lluvia.
Pero ya veis cómo me voy por las ramas. En teoría iba a hablar de mi libro, de esta novela pseudoerótica ambientada en la ciudad del Sena, recluida en una buhardilla donde un viejo pintor recorre a su musa con los ojos del deseo y la pinta y la modelo a su antojo (¿o es ella la que lo hace?); donde se escriben (ellos sí que lo hacen, con más solvencia que yo) cartas que hablan de cambios y de diálogos mudos en el lecho y diarios que mezclan pintura, aguarrás y locura; donde el fracaso, donde la muerte.
Y pocas cosas han cambiado desde la primera versión. En realidad, es como asistir a la evolución de un cuadro, «desde el germen en lápiz sobre el lienzo, desde la idea o el numen en su mente incansable, hasta el último beso del pincel sobre mi carne de tela y aguarrás». El final de esta novela no cambia con respecto a la primera porque otro final no es posible. La pintora que soy yo en este caso solo me recreo, me detengo en las pinceladas, coloco capa tras capa y luego me retiro a contemplarlo desde el otro extremo de la buhardilla. Entre otras cosas porque mi voz no es la importante: ellos hablan, y pintan, y escriben, y posan, fuera de mi alcance y mi control.
No hay mucho que añadir. Explicar un cuadro, hablar de una obra, no tiene tanto sentido como pararse ante ellos y disfrutarlos; como abrir el libro desde el prólogo (no me cansaré de agradecer a Alejandro Lérida su hermosa reflexión sobre «El viejo asunto de los preliminares») y empezar a leer. A eso os invito.
Y, como el cansancio me vuelve contradictoria, ya anuncio que, a pesar de mi resistencia a los actos públicos, aunque se me remueve el estómago al subirme a un estrado o tomar entre las manos un micrófono (ya lo trato de otro modo, que luego mis toqueteos dan mucho juego), intentaré que El largo camino de tus piernas se mueva algo más que los libros anteriores y dé pie a nuevas presentaciones y tertulias, en mi ciudad y posiblemente fuera de ella (ya os las iré anunciando), siempre con la esperanza de que sean otros los que hablen por mí, den su opinión sobre el libro, cuenten, por qué no, sus experiencias, con el amor, el odio, la pintura o el sexo. Quién sabe si de todo eso saldrá un nuevo libro. Quién sabe si las ocupaciones secundarias de la literatura me permitirán escribirlo.
Elena Marqués