El loco de la calle
Con Sevilla como protagonista, inmortalizada en un barrio popular en torno a una inexistente pero simbólica plaza Cervantes (quién sino el creador del más insigne cuerdo de la literatura para presidir estas narraciones) que se extiende, como un pequeño y universal microcosmos, bajo un mismo cielo, una misma luz del sur cuyas variaciones coadyuvan a las magníficas y pictóricas descripciones del espacio, traza el escritor Gregorio Verdugo los 18 relatos de El loco de la calle.
Contados en buena parte a través de la primera persona, desde un narrador testigo, lo que confiere cercanía y veracidad a todo cuanto relata, incluso cuando el yo reconoce que escribe desde ultratumba («Yo, cuando fui mortal», explica la voz de «Quemando velas»), abundan en estas historias breves referentes de un tiempo no muy lejano (en alguno de sus relatos planea la sombra de «la guerra del olvido», así como la no menos sombría de ciertos métodos policiales en la figura del comisario Antúnez), a medias idealizado, en todo momento eternizado en imágenes que componen nuestra historia, nuestra esencia, donde no faltan infancias en pueblos próximos, clásicas bohemias y una continua apelación a todos nuestros sentidos.
Reconocemos en el estilo de Verdugo una querencia por la perífrasis, por la enumeración, por el periodo largo de aire clásico (no falta algún arcaísmo que nos hace volver los ojos a otras épocas), por las imágenes vívidas, por los adjetivos como puños, por efectivas personificaciones, por autorreferencias y elementos metaliterarios que nos recuerdan la calidad de ficción casi tanto como los escasos límites que guarda esta con la realidad, especialmente en algunas de sus «Divagaciones alucinógenas», donde se descubren las huellas de Cortázar y Elizondo. Todo teñido de un tono nostálgico que, en contraste con el entorno, convierte algunas anécdotas, esos pequeños flashes que la vida diaria nos ofrece, en actos verdaderamente trágicos. O, pensando en una legendaria característica de la literatura castellana, más bien tragicómicos.
A ello contribuyen, por supuesto, como ya ocurriera en su novela La danza de los espejos enfrentados, sus peculiares «marejadas de seres imaginarios y personajes de leyenda trasnochada» (basta con analizar al maestro Rupperti o al escritor Ferrera) que en ocasiones pasan de un relato a otro para unificar y dar veracidad a la ficción; personajes solitarios, derrotados, peculiares, estrafalarios, absurdos y enigmáticos, algunos, quijotescos, incluso ciertos escritores y varios suicidas, cuya existencia real llega el lector a plantearse desde las primeras páginas, dedicadas nada menos que al creador de «Las ruinas circulares», en cuyo centro un hombre imaginaba/soñaba a otro hombre que imaginaba/soñaba a otro hombre. No escatima medios para describírnoslos, tanto física como moralmente, de manera que en un muy corto espacio recomponemos buena parte de sus existencias, incluso más allá de la muerte y/o en su patente realidad fantasmagórica y/o múltiple (atiéndase a esa posible vida de «Arturo, el fabulador»), aunque en pocas ocasiones les concede directamente la palabra, pues prefiere el ancho cauce de la narración al diálogo. Y hay aún otro rasgo que une a estos personajes y que no debe pasar inadvertido: su inconmensurable libertad, que los convierte en seres errantes, nómadas (un buen ejemplo, el protagonista de «El roquero antológico»), hojas entregadas a los beneficios del azar o la mala suerte (léase, en este caso, «Un tipo de lo más supersticioso», uno de los relatos donde campea el humor).
No diré que el libro contenga elementos autobiográficos, pero hay referencias espaciotemporales y personajes, pensamientos y referencias críticas, que solo pueden remitir a un Gregorio Verdugo que se retrata en su forma de escribir por cuanto «su literatura radica en la momentaneidad del hecho, en ese estoicismo heroico con que se enfrenta a la vida», y que se vanagloria de que «la literatura no es otra cosa que un prolongado acto de fe». Y también un medio de conservar la memoria, la individual y la colectiva, como fórmula perfecta de escribir la historia. Y de no morir.
A quienes pensamos como él, solo nos queda disfrutar de este libro y esperar a que Gregorio vuelva a sentarse en la plaza Cervantes, bajo las desaparecidas plataneras de su imaginación, como uno más de sus protagonistas; adopte la ocupación de hábil observador; y acepte la pausa como necesidad por ver quién se le cruza digno de ser inmortalizado en otra de sus fantásticas y particulares narraciones.
Elena Marqués
Gregorio Verdugo González-Serna (Sevilla, 1957), escritor, licenciado en Periodismo y diplomado en Educación General Básica, es autor del libro de relatos Cuentos de una guerra lejana (Editorial Pura Tinta, 2014) y de la novela La danza de los espejos enfrentados (Editorial Seleer, 2016). Ha publicado artículos, reportajes y pequeños relatos en diferentes diarios, tanto del panorama local como nacional. Ha sido miembro fundador del equipo de periodistas que se aventuró en 2012 en el lanzamiento de Sevilla Report, medio digital local que obtuvo una mención especial de la Asociación de la Prensa de Sevilla en 2013 y donde se encuentra publicada la casi totalidad de su obra periodística.