El último discurso del General Santibáñez
Parece que fue ayer, pero el día 30 de noviembre mi pequeñuelo cumplió dos años.
Aún recuerdo la emoción de pasar por primera vez sus páginas, el nerviosismo delirante de los preparativos, la boca pastosa al hablar ante el auditorio y el encontronazo con la tarea de firmar los ejemplares, para lo que no estaba preparada pues a todos quería transmitirles lo importante que aquel diminuto libro de pastas azules era para mí. Y, aunque a estas alturas presuma de manejar medianamente las palabras, hay sensaciones muy difíciles de poner por escrito.
Después de aquel que pensé sería mi último discurso vinieron otros, y también dos libros más y varias antologías, y algún premio para contentar mi ego; sin embargo, mi general Santibáñez me sigue acompañando y es una referencia de lo que me gusta escribir. También recibió por aquel entonces sus buenos comentarios en Amazon, y alguna reseña como la que aquí os reproduzco para conmemorar estos dos años en que mi primer hijo de papel vive entre nosotros.
Os recuerdo para quienes no lo leísteis que aun podéis hacerlo; que la Navidad es muy larga y siempre queda uno bien pidiéndole a los Reyes Magos un puñado de hojas con que matar el tiempo.
Os dejo, pues, esta reseña de M.ª Cristina Borobio Ibarrondo en la revista digital Raíces de papel. Disfrutadla.
«Cuento largo y no novela, en palabras de su autora, quien lo considera como un hijo pequeño que, además de cumplir el propósito de rendir homenaje a los personajes de García Márquez, es en primer lugar parte de ella misma ―como lo es un hijo―, y por ello también parte de su personalidad. A través del retoño podremos conocer a la madre como en cualquier producción humana, sea ésta artística o no. Así, la autora, como hija de su tiempo, se deja ver a lo largo de la narración a través de algunas ventanas que nos abre al efecto como cuando califica como “términos de por sí antitéticos” a la ética y a la política, idea muy acorde con el extendido sentimiento entre los ciudadanos de finales del año 2012.
»Deja al gusto del lector la ubicación espacial y temporal del relato. Hay quienes han identificado al personaje central como un militar mejicano, aunque la mayoría prefiere hablar de un país imaginario del que apreciamos una mordaz caricatura tras el eco de García Márquez, que en realidad se nos aparece como un mero pretexto para dibujar con rasgos exagerados los acontecimientos, escenarios y personajes del espacio en que se narran los hechos, yendo, en suma, un poco más allá en la crítica a cualquiera de las dictaduras latinoamericanas, de las que se diría están cortadas por el mismo patrón.
»El relato nos da la impresión de aparecer conformado en dos mitades desiguales en extensión, de las que la primera abarca más allá de la mitad preparándonos para la segunda, cuya trama se va entretejiendo en distintas direcciones tras la revelación que de forma sorpresivamente abrupta se nos hace al final del capítulo X para ir llevándonos a partir de ahí a un final inesperado y sorprendente.
»En un momento dado del relato nos llama la atención la nube negra que se posa sobre las cabezas de los personajes como augurio de nada bueno, recordándonos el pasaje de la Historia de la antigua Roma ―más de dos milenios antes ― en el que también una nube de tormenta, tras posarse sobre las cabezas de todos los soldados en el Campo de Marte, cubrió a Rómulo, y a partir de ahí los romanos no volvieron a verle entre los vivos, considerándole desde entonces como una más de las divinidades. Presagio de muerte, como otro Quirino dos mil años más tarde: hay cosas que no cambian, la humanidad es la que es y la Historia, magistra vitae, se repite inexorable.»
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