En defensa (siempre) de los autores del boom
Desde hace apenas una semana, por eso de los estudios a contratiempo, vuelvo a poner los ojos en aquellos autores que conocimos bajo la estruendosa denominación del boom; fenómeno que se esfuerzan muchos en denostar por el hecho de ser, entre otras cosas, producto de una bien urdida campaña de marketing que eligió, con cierta arbitrariedad, entre una pléyade extensa de escritores excepcionales y rabiosamente modernos y dejó fuera otros tantos de similar calidad pero, quién sabe por qué, que no fueron tocados por la gracia de las grandes editoriales. Yo siempre trato de defender ante esto que, de una manera u otra, los mejores, los genios, los escritores con mayúsculas, acaban imponiéndose, aunque no deja de ser lastimoso que el reconocimiento les llegue tarde, que no degusten las glorias del aplauso, o incluso malvivan como los antiguos bohemios, cuando vivir de la Literatura debería ser un modo de ganarse el sueldo como otro cualquiera.
La cuestión es que para «triunfar» como escritor, aparte de saber escribir, es imprescindible, creo yo, someterse a ciertas normas, modas, o hasta mecenazgos incómodos, que, incluso buscándolos, estando uno dispuesto a venderse por un empujón medio qué, no terminan de llegar. Sin embargo, hay quienes, respaldados en sus profesiones anteriores, pseudoperiodistas, cineastas, políticos (no digo na), se lanzan a la Literatura y no encuentran obstáculos en publicar, no ya sus memorias, género que arrasa entre determinado público, sino una novelita que termina llevándose un premio, un ensayo de nombre provocador, una obra de no ficción que convoca a una gran cantidad de lectores, o al menos compradores, en salones y paraninfos enmoquetados en los que hasta da apuro entrar porque parecen de otra época. Y la época es la que es, y andamos, o corremos, en un momento en el que el arte es efímero y los libros y las películas duran en estanterías y carteleras lo que un caramelo en la puerta de un colegio.
¿Adónde quiero llegar, si es que pretendía llegar a alguna parte? A lo que dije: que el tiempo, ese juez implacable pero normalmente justo, pondrá a cada uno en su lugar, reconocerá que los autores del boom se ganaron su espacio, se leen aún hoy, nos siguen admirando, continúan dejando señales en otros escritores cuyo recorrido ignoramos, y que donde estén Cortázar, Borges o Carlos Fuentes, Gabo, Vargas Llosa o Carpentier (y no hablo de Rulfo por ser palabras mayores) no me pongan a quienes se disputan hoy en día el primer puesto en las listas de los más vendidos. No creo que ellos sean capaces de descifrar para nosotros los pergaminos de Aureliano Babilonia, de recoger las vísceras de Santiago Nazar, ni que puedan seguir eternamente y con dignidad «en este ir y venir del carajo».
Elena Marqués