Encrucijadas
Lo de «que la vida iba en serio» lo aprendimos con Gil de Biedma; lo de que es breve, creo que lo intuimos sin necesidad de tópicos literarios. Este camino machadiano que se va haciendo en cada paso me ha conducido (o, mejor, por una vez lo he conducido) este año a retomar los estudios. Y, a punto de terminar el TFM, rematando la última asignatura, se plantea una nueva encrucijada: ¿Seguir con este asunto de la investigación hasta doctorarme? ¿Dedicarme de nuevo (aunque en eso, más que nunca, estoy realmente ahora) a la literatura, o más bien a la creación literaria? ¿Enfrascarme en obtener algún certificado de idiomas? Todas ellas son buenas alternativas, todas ellas me obligan a recluirme, a ensimismarme, a olvidar ese molesto ruido en que nos desenvolvemos cada vez más.
Porque da vértigo asomarse por las mañanas no tanto a los periódicos como a ese sucedáneo de las redes sociales donde se respira mucho más odio que en un capítulo de Juego de tronos. No sé de repente qué nos obliga a intentar opinar sobre todo intentando siempre enseñar nuestra cara más progresista pero, a la vez, mostrando bastante poca indulgencia con las opiniones ajenas. Me pregunto cuánto habrá de coherencia en muchas de esas manifestaciones, cuánto de generalización, cuánto de estereotipo. O sea, cuánto de simplificación de una vida que es breve y va en serio pero que la estamos viviendo desde la barrera. Yo, lo confieso, la primera, pues me aferro al «sucedáneo» de la ficción aterrorizada por la esgrima verbal que se gasta por los foros, convertidos, en verdad, en esos espacios (virtuales, pero espacios) que recuperan de repente la primera acepción de nuestro siempre denostado diccionario académico (porque también es progresista atacar a esa antigualla dieciochesca): «Sitio en que los tribunales oyen y determinan las causas». Por cierto, también podríamos sacar a la palestra (otro término que nos remite a los clásicos, que mira que eran ingenuos) la tercera acepción del término: «Reunión de personas competentes en determinada materia, que debaten ciertos asuntos ante un auditorio que a veces interviene en la discusión». La competencia, parece ser, es ya una cualidad intrínseca a todo ciudadano o ciudadana, sea «la determinada materia» política, económica, o la capacidad de los ciruelos a adaptarse al cultivo bajo plástico. El «auditorio que a veces interviene en la discusión» ha convertido el debate civilizado en una porfiada pendencia, de vida generalmente corta, que es sustituida al cabo por otra bronca servida por no se sabe quién para que nos entretengamos un rato hasta nuevo conflicto.
En fin, que me he desviado un poco, aunque en realidad esta reflexión sostenga en parte cualquiera de las decisiones en esta encrucijada en que me hallo, pues en todos los caminos alternativos espero pararme a discutir lo menos posible; tener, como los jipis de las películas, paz y amor; y tomarme con seriedad, pero también con humor, la brevedad de la vida.
Carpe diem, etcétera, y feliz verano.
Elena Marqués
P.D.: Si he entrecomillado «sucedáneo» es porque lo considero realidad. Y no realidad alternativa precisamente.