Ensayo sobre la lucidez
Días antes de las elecciones (me refiero a las autonómicas andaluzas) pensaba yo en el libro de Saramago Ensayo sobre la lucidez y en la posibilidad de que algo así sucediera; que la ficción se convirtiera en realidad como en tantos otros momentos de la historia. Y, aunque el voto en blanco que presidía las páginas de ese libro no ha sido tan numeroso en nuestra cercana realidad como en el ámbito literario, la abstención ha sobrepasado el 40%. Quien tenga ojos...
No soy nadie para interpretar resultados de este tipo. Menos en unos momentos en que espero como agua de mayo mis gafas nuevas para salir de esta cuasi ceguera a la que me veo obligada por sentarme donde no debía. Lo mío sigue siendo la ficción, por lo que el viernes, en una presentación en la que estuve (en la mesa junto a los autores, todo hay que decirlo), precisamente saqué a colación una frase de uno de los relatos del libro en cuestión (Entrecalles, de Eva Márquez y Jaime Covarsí. Ya estáis tardando en haceros con él) que decía «los ingredientes necesarios para triunfar en este universo paralelo a la realidad que es el de la política...», que luego completé con esta otra: «Mira, Jacobo (un político de mentirijillas), a mí me da igual que te hayas pasado media vida viviendo del cuento», lo que dio pie a dos preguntas: ¿Realmente hay más ficción en la política que en la literatura? Y segunda: ¿Se puede vivir del cuento?
Creo que pocos escritores consiguen eso, vivir de sus letras, mientras son muchos (quizás demasiados) lo que hacen de la política su profesión; pero lo de las realidades paralelas es algo preocupante, pues, a no ser que estemos dentro una película de ciencia ficción, me temo que los planos de dichas realidades nunca convergerán, y seguirán existiendo los políticos por un lado, los ciudadanos por otro, y quién sabe en qué momento llegarán a hablar el mismo idioma.
Posiblemente sea ese el fondo de la cuestión. Que el diálogo lleva ausente demasiado tiempo de la vida pública, y el sentido común, no digamos, y que sentirse continuamente engañado, utilizado, ninguneado (no estoy hablando solo de mí, aunque lo parezca) tiene sus consecuencias. Quien tenga oídos...
Elena Marqués