In itinere
A escasos días de volver, me pregunto qué haría si los hados me tocaran con una buena primitiva que me permitiera retirarme de mis labores mundanas y dedicarme a lo que me gusta; si escogería un refugio apartado donde escribir o me dedicaría a dar la vuelta al mundo, aunque, tal como están las cosas, ese mundo empiece a reducirse por el miedo a una guerra patente y despiadada.
Quizás la vida que hasta ahora me ha sido concedida no me haya permitido experimentar la soledad en toda su crudeza y la casa que en verano me acoge con dulzura se me volviera torva en el invierno. Quizás la lluvia que celebro entre los hilos de plata de una telaraña o temblando entre las hojas de un serbal me hiciera brotar unas agallas como si hubiera ingerido una buena dosis de branquialgas y el camino que hoy se me antoja paradisiaco entre Sopeña y Valle se tornaría abrupto; y, al escribir a la luz apagada de las tres de la tarde, solo crecería entre mis dedos esa misma lluvia melancólica y lacrimógena que aburriría al más pintado.
Pero no me importaría pasar por eso y comprobarlo, aunque en broma siempre digo que, si algo de eso ocurriera, si un buen premio, trabajado o no (vía Planeta o primitiva: eso no viene al caso) me concediera la posibilidad de algún año sabático, no lo aprovecharía para marcharme del trabajo, sino que acudiría con manto de armiño y la diadema de Rowena Ravenclawe (venden un buen sucedáneo en una tienda friki de Luis Montoto, donde lo tengo ya apalabrado por si se da el caso) a dar en las narices a mis compañeros por mi buena fortuna, que es algo en que, seguro, encontraría una encantadora, aunque malévola, satisfacción.
En fin, como eso está lejos y es más que improbable, pondré los pies en la tierra, en mi tierra, y me dedicaré a la observación minuciosa de las hortensias y los tejos; esperaré la aparición azul de las libélulas y el frescor tangible de los regatos; me desajustaré el cinturón para probar las maravillas de su gastronomía y abriré bien los ojos ante el mar, pues son los únicos, y creo que merecidos, premios de que gustaré y que me darán nuevos ánimos para el otoño, para enfrentar la monotonía de los días entre los muros blanqueados de la oficina y, de eso también estoy segura, para inspirarme nuevos poemas y relatos como este que aquí os dejo y que aparece en la antología Mujeres sin Edén. Homenaje a Carmen Conde.
Feliz verano.
In itinere
Intenté demostrar que a donde voy
es a mí, sólo a mí, para tenerme.
Carmen Conde
Y, en el ocaso hendido por la lluvia
marchita y vulnerable,
traza un surco la luz.
Calla el tiempo y desteje en el vacío
sus cenizas celestes.
Allá, sobre el roquedo,
dicta el vuelo del pájaro
una señal esférica.
La rosa se desnuda
en el envés de piedra de ese instante
que habré de repoblar
hoy que me ocupan
las vides del exilio,
la tierna soledad de la poesía
que brota en los esquejes.
La tierra, como un cauce,
arrulla las ofensas de la niebla.
Y escribo, escribo, escribo
en la quietud sonámbula del nombre,
y escruto en el brocal en que se extinguen
los verbos que no fui, lo que narraron,
en fábulas amargas,
algunos de mis libros.
Es el día del sueño y el regreso.
Elena Marqués