Instrucciones para cuando anochezca
Puesto que Lola Almeyda es prácticamente capaz de escribir de casi todo, y con una profundidad y una sabiduría que más de uno quisiera para sí, acepto estas instrucciones (algunas en un tono quizás demasiado imperativo, acostumbrados como estamos a desoír siempre), dando por seguro que las habré de obedecer o, al menos, escuchar sin objeciones.
He de decir que, rebatiendo incluso al título, no en ese espacio mágico de la antenoche donde sus versos se desenvuelven, sino en el tiempo mismo, en ese concepto que nos azota con su paso y que ella, sabiéndolo «ágil, ondulante, huidizo», intenta retener en instantes magníficos. Como el decálogo-recetario en que nos ofrece las claves para «hacer la vida», del que me quedo con ese «no mirar para otro lado» y añado, quizás, «sino mirar a lo Lola», un poco hechiceramente («para que el conjuro se optimice»), segura así de que las pequeñas cosas que nos rodean se harán de carne y hueso, de ternura y amor; volverán al pasado, a la infancia, en versos sencillos y efectivos donde el paralelismo se hace sortilegio, las metáforas remiten a la realidad, la polisíndeton cabalga en la impaciencia del decir, los versos se prolongan como ríos o se interrumpen y quiebran con intención clara de llamarnos a algo, y los gorriones vuelan en la plaza como «memoria de la melancolía».
Porque la voz de Lola se hace aquí añoranza a la par que candidez; afirmación a la vez que indolencia; soledad y, por qué no, conciencia de la muerte. La voz de la poeta, despierta, nos despierta; nos concede su magisterio a través de esas instrucciones que dan título al libro hasta el momento último; lecciones de vida que queremos ignorar porque supone mirarnos al espejo o quedarnos solos en casa. Y saber lo que hay.
«Ningún tiempo ha venido para quedarse». «No hay fórmulas para aceptar el tiempo». En eso estamos de acuerdo. Ese pasar de los segundos nos saca arrugas, nos arroja a jugar en la ruleta, a arriesgarnos; o nos adapta «al molde de la silla» y nos priva de historia para sumergirnos en la vida de otros, quizás «Para buscarnos». Sin embargo, los versos de Almeyda, «fieles a lo que hemos soñado», son tan nítidos y ciertos a pesar de la duda, tan proclives a aceptar ese misterio que es la existencia y, por ende, la poesía, que sabemos durarán, dejarán su huella (que no «pequeña estría»); serán leídos año tras año por ojos poco dados a recibir instrucciones y que, como los míos, también se rendirán a la belleza de lo posible.
Elena Marqués
María Dolores Almeyda (Sotiel) es autora de los libros de poemas Versos clandestinos (2011), La casa como un árbol (2013), Instrucciones para cuando anochezca (2016) y Pequeños versos furiosos (2016); el libro de relatos Algunos van a morir (2012); y la novela Veintidós estaciones (2015). Ganó en tres convocatorias seguidas el certamen de poesía Villa de Carrión de los Céspedes y actualmente conduce un programa de radio en el que se habla principalmente, con sus autores, de libros y literatura.