Las calles del tiempo
Aunque muchas veces los lectores afirmamos que nos gusta meternos en los libros para viajar lejos, más allá de nuestras fronteras, sucumbimos con mayor facilidad a sus historias cuando estas transcurren por nuestros espacios más queridos. Como si, al pasear los ojos por las páginas, camináramos de la mano de sus protagonistas, sin necesidad de pensar cómo será la plaza a la que asoman, sino viéndola ante nosotros en todos sus matices y detalles e incluso con el peso de los recuerdos que en ella hemos creado.
Eso me ha ocurrido a mí en el caso de Las calles del tiempo (Sevilla, Anantes, 2021), última novela del sevillano Javier Compás, donde la ciudad de la Giralda y el Guadalquivir se alza como protagonista indiscutible. Es bajo su cielo siempre claro donde transcurre una doble aventura de amor que encontrará finales diferentes: la de Luis Sáenz de Medina, galerista de éxito (casi un oxímoron, parece decirnos el autor en alguna ocasión. Pero esa es otra historia), y Sofía Landero, mujer de su mismo mundo, que es el del Arte, otro de los actores principales del libro; y la de Alberto Mondéjar, profesor universitario, y Pía Milá-Font, cuyo exótico nombre ya parece situárnosla en otra órbita, en un ambiente de glamur inalcanzable. En medio de estas dos historias románticas, con sus contenidas dosis de deseo transformadas en sensuales flashes eróticos, con sus mensajes de WhatsApp en sustitución de las epístolas antiguas, sus dudas y sus riesgos, irrumpe la violencia en varias formas: el asesinato de un conocido anticuario (muy interesante la descripción de los espacios en que se desenvuelve), el robo de un cuadro impresionista en casa de un peculiar Félix Pérez, la investigación de ese delito y la cadena de muerte que desencadena…
Todo ello en un mundo actual en el que reconocemos los peligros de las mafias rusas como esa aventura a la que nunca querríamos enfrentarnos y, en el otro extremo, la paz inamovible de aquel patio de Arte que yo misma atravesaba en mi calidad de aspirante a filóloga hispánica allá por los años ochenta, siempre igual a pesar del tiempo transcurrido; una imagen perfecta de esa ciudad amada y ¿odiada? tanto por el autor de estas páginas como por Luis Sáenz de Medina, huido por sobredosis de decepción y regresado por necesidad (la de asistir al entierro de su madre) consciente de que nadie es profeta en su tierra.
Creo que esa es precisamente la parte más interesante de la novela, sin despreciar la trama de acción, que sabe montar Compás distribuyendo escenas de mayor impacto (la tensión en la casa de campo a la espera de un asalto del que nada más voy a adelantar), cuadros intimistas, bellas descripciones que demuestran su visión del mundo a través del Arte (no hay que recordar que Javier Compás es licenciado en dicha especialidad) y fluidos diálogos, en los que destaco las intervenciones del inspector Laureano Cubillo, bien caracterizado siguiendo los cánones del oficio.
Y es que el autor nos conduce a conocer a esas familias tan «propias» de la capital andaluza (las comillas son mías, pues creo que con esa acepción que tan bien conocemos y empleamos los sevillanos no se recoge en el diccionario) que tienen casa palacio en el centro, cortijo en la sierra y veraneo asegurado en Bajo Guía, palco en la plaza de San Francisco y pase al Círculo de Labradores, desde donde todo se ve con otra perspectiva. Lo más selecto de una sociedad estancada y barroca que se refleja en costumbres refinadas, desprecio por el arte contemporáneo y por el resto del mundo. Un pequeño grupo que se alimenta de sí mismo sin necesidad de nadie más.
A ese círculo estrecho se viene a sumar en nuestros días el que mueve los engranajes culturales entre las dos instituciones oficiales de mayor fuerza en la ciudad, el propio ayuntamiento (algo se nos deja saber de cómo se manejan esas cuestiones, más las que uno, por vivir aquí, ya padece y/o disfruta según de qué lado respire) y la universidad, el lado político y el académico, ambos poco dinámicos en esos terrenos inestables de la cultura por uno u otro motivo que también aquí se deslizan.
Precisamente por eso dudo si incluir, en ese microcosmos en el que se desenvuelven esos primeros pseudoaristócratas que no han conocido jamás la privación, al modesto Alberto Mondéjar, amigo de Luis desde los años de facultad, cuando el mundo se les abría como una flor de francas posibilidades. Él representa a ese otro sector, mucho más numeroso que el primero, pero bastante más invisible, de los hijos de familias modestas y esforzadas, sin estudios ni dinero, que hacen todo lo posible por que las próximas generaciones salgan del barro de la mediocridad del que proceden. El profesor universitario constituye la élite cultural, que ya es bastante para él, y con eso bien puede conformarse.
Y, terminando con el cuarteto, sí cabría decir que los personajes femeninos, en mi opinión, no tienen la fuerza de los hombres que aparecen en estas páginas, donde no faltan tampoco buenos secundarios, como Álvaro, hermano de Luis, el típico bala perdida que todos conocemos y que el tiempo, ese que planea desde el mismo título de la novela, consigue enderezar. El tiempo y el amor, fuerza arrolladora capaz de trastocarlo todo, de reescribir la historia, de ofrecer nuevas posibilidades y un futuro incierto pero esperanzador, que es quizás el protagonista indiscutible de esta historia en la que Compás ha volcado conocimiento (no solo de arte; también del mundo de la cocina y la enología, en los que es igualmente experto), cierta nostalgia, y nuevas técnicas narrativas que le permiten mantenernos atentos hasta un incierto final.
Elena Marqués
Javier Compás (Sevilla, 1960) es licenciado en Geografía e Historia especializado en Historia del Arte. Escritor y periodista, comenzó joven a escribir poesía, con la que obtuvo el I Premio Villa de Tomares de Poesía. En narrativa recibió en 2009 el Premio de Literatura Disidente por su novela corta Los últimos caballeros; en 2010 se publicó su novela La Playa de los Alemanes, que ha contado con dos ediciones; y en 2016 el libro de cuentos La sala japonesa y otros relatos. Como periodista especializado en vinos y gastronomía es colaborador asiduo de diversos medios de comunicación y ha dirigido durante cinco años las páginas gastronómicas del diario sevillano El Correo de Andalucía y la revista Tapas y Viajes.