La insoportable levedad de los planes

Creo que fue John Lennon quien pronunció aquello de «La vida es eso que pasa mientras hacemos otros planes». No sé. Lo hemos repetido tantas veces que ya sentimos que nos pertenece, que nos lo hemos apropiado, como el «Romance del conde Arnaldos» o los andares de Chiquito de la Calzá.

Independientemente de su autoría, y de lo que en su momento quisiera con ello decir el músico de Liverpool (disfruta del momento, so tonto, carpe diem and be happy o algo por el estilo), la frase se ha instalado en las nuestras, en nuestras vidas, hasta el punto de que últimamente, en las reuniones de amigos, dedicamos un apartado a soñar viajes que posiblemente nunca emprenderemos. Y hasta nos reímos de ello. Ideamos, una tras otra, escapadas que las circunstancias obligarán a posponer, más bien a cancelar, aunque eso no lo digamos en voz alta porque es un verbo a todas luces peor, más drástico, absolutamente negativo y deprimente. Pero es que todo aquello que no se hace en el momento justo ya no se hará jamás, serán otros los que emprendan el periplo, meses o años después (si es que se les vuelve a presentar la oportunidad y se animan a aprovecharla), no los destinados al viaje primero, planeado, por decir algo, allá por 2019. Los algo más jóvenes y felices que proyectaron vuelos y estancias en aquel lugar para ellos exótico tenían entonces otros ojos, otras preocupaciones, menos dolores articulares, las retinas intactas, ciertos parientes aún vivos, altas expectativas de disfrutar. Quienes cuadraron fechas y se prepararon para quizás dormir a la intemperie en el Sahara tenían unas ganas de comerse el mundo que ahora ya no, el optimismo se ha esfumado por el sumidero de un apático desconcierto o desconcertante apatía, lo mismo da que da lo mismo, y no serían hoy capaces de separarse de sus propios catres, de guarecerse bajo otro techo que no sea el que los separa de los insoportables vecinos de arriba, que se gritan sin consideración alguna por los frustrados proyectos ajenos porque bastante tienen con posponer los suyos de comer en una venta con los tres cafres que tienen por niños, que cada cual sueña a la altura de sus posibilidades y en determinados momentos estas se reducen o se acortan, casi todos hemos pasado por ahí con resignación. Bueno, si bien lo piensas, siempre hay obligaciones que te atrapan y no hay quien se libre de ellas. Parece ser que ahora la nuestra es cuidarnos la salud. Y, claro, esa es una misión muy seria, un cometido cívico. Nadie debería desoírlo.

Pero es que, puestos a contemplar otras obligaciones, estas individuales y seguramente más egoístas, quizás la mayor sea aprovechar el tiempo, que si algo hemos aprendido mientras proyectábamos y desproyectábamos lo que habría o no de venir, mientras escuchábamos cifras de gente que ya no va a poder hacer planes nunca más, es que la vida son dos días y a ti te encontré en la calle, y procrastinar no es, a determinadas edades, una opción, sino una renuncia con todas las letras, una cancelación del resto de nuestras vidas. Y ya está una cansada de decir que no a lo que de verdad desea.

Hace poco una amiga confirmó algo que ya sabía, pero escucharlo da siempre mucho repelús. Hemos llegado a un momento en que nuestro pasado es más largo que nuestro futuro. Algo así, no son las palabras exactas pero queda claro el concepto. Antesdeayer, por ejemplo, celebramos el cumpleaños de un amigo, pero ya no el de mi tía. No podemos saber cuándo será nuestra última fiesta de aniversario, pero empieza a parecerme que pasarla haciendo planes de futuro no es una opción satisfactoria.

En fin, que hoy termina enero, esa puerta esperanzadora a un nuevo año. En él siempre nos apostamos para enumerar objetivos que allá por abril seguramente hemos dejado de cumplir. Yo no he sucumbido a esa tentación de listar propósitos consciente de eso, de que al final me sumaré a la frase johnlennoniana y me limitará a ver los planes pasar. Lo importante es no frustrarse demasiado y para eso sí que estoy preparada. Pero algún día llegará, digo yo, en que podamos por fin transformar el dicho en hecho.

Mientras sí y mientras no, repensaré otra frase más motivadora, atribuida esta a Gabriel García Márquez pero quién sabe: «La vida no es sino una sucesión de oportunidades para sobrevivir». Lo que me lleva a un dicho popular que sí que pertenece a todos: «Quien no se consuela…».

Elena Marqués

 

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