Llega la canícula
Debe de ser verdad que el hombre, sobre todo para lo malo, tiene una memoria frágil, como los peces y los chimpancés. Si no a cuento de qué iban a existir las familias numerosas y las segundas nupcias, con lo que duelen los partos y las separaciones. La mayoría de los animales (National Geografic dixit) tarda 27 segundos en olvidar las cosas, si bien, en memoria asociativa, sí que son unos fieras, y, aunque no recuerdan acontecimientos concretos, son capaces de almacenar información útil sobre todo lo que podría ayudarlos a sobrevivir. Parece, sin embargo, que en ese aspecto el hombre es bastante más torpe.
Lo digo porque, cada año, al llegar las primeras olas de calor a este sur de los infiernos, no recordamos el sufrimiento de hace exactamente doce meses, cuando los termómetros marcan los 30º a las diez de la noche, las piscinas comunitarias no dan abasto para tanto niño suelto y los recién nacidos se desgañitan pensando que los han engañado en eso de venir al mundo.
El otro día, en el café matutino del trabajo, bromeábamos con eso. «¡Que viene la canícula!» «¿Quién, Calígula con Incitatus, el senador equino?» «Será más bien Nerón, quemando Roma». Y, después de desvariar un rato (por efecto del calor, por qué si no, con lo normales que somos todos), nos refugiamos en nuestros respectivos cubículos, ponemos a funcionar los aires acondicionados, nos dislocamos las muñecas a golpe de abanico, y refunfuñamos y deseamos de todo corazón, remedando al guaperas de Jon Nieve, que se acerque el invierno.
Pero, mientras eso llega, la actividad en la ciudad cesa, simplemente porque salir a la calle supone un acto de valentía que no todos estamos dispuestos a asumir. Preparar un recital poético, organizar la presentación de un libro, seguramente solo les saldría bien a Marwan (que tonto no es y ha sacado un disco titulado Apuntes sobre mi paso por el invierno, quién sabe si convocándolo) y a Christian Gálvez.
Por eso, para los faranduleros de Siete piezas de teatro breve (Editorial El Sendero, 2017), fue una gran sorpresa el recibimiento que tuvieron el martes pasado en el Centro de Documentación de las Artes Escénicas, donde, además, para que la refrigeración no entorpeciera la grabación de nuestras intervenciones y la representación de una de las obras del libro (precisamente El más rápido de Sevilla o este, del sheriff Ordóñez), nos dejaron soasándonos en nuestros propios jugos. Sin embargo, nadie se movió del sitio, y aplaudieron a rabiar con los actores bajo la dirección de Álvaro Delso; se compadecieron del muñeco-roto-ciervo-atropellado-unicornio-frustrado de María Zaragoza; envidiaron (yo la primera) el sombrero de José Luis Ordóñez; y, aunque no se creyeron para nada mi versión sobre por qué llegaron vacías las petacas de güisqui, no me lo echaron en cara. Hombre, por Dio. Lo que me faltaba para que se me dispararan la temperatura y la tensión.
Total, que a lo que iba. Llega la canícula; se nos olvida siempre (un olvido necesario, no tan triste como el que con los años quizás padezcamos: crucemos los dedos para que no sea así); nos refugiamos en las piscinas, niños gritones incluidos; planificamos nuestros viajes, que siempre se hacen cortos…
Pues, para que sintáis la frescura de estos que somos frescos a más no poder, os propongo que en esos traslados a la orilla del mar o a la del Sena, dependiendo de vuestros más o menos menguados ahorros, incluyáis este estupendo libro, donde José Carlos Carmona se convierte en Dios y os manda a pasear por este mundo (ahora infernal, pero ya veréis como se acerca el invierno); Vicente Marco excusa a Lucrecia de que en realidad Solo fueron siete hombres; Pedro Pablo Picazo nos regala una fábula-sátira crítica-política de gran altura; Sandra Rodríguez, con su cara de ángel, nos obliga a tragar no sapos, sino cucharas; José Luis Ordóñez acerca el wéstern a su comunidad de vecinos; María Zaragoza nos sitúa frente a una estrella en declive; y yo misma indago en el currículum de un asesino a sueldo como si fuera un profesional de las finanzas. No sé si os servirá para combatir la canícula, pero os aseguro que os será muy útil para olvidar el aburrimiento.
Elena Marqués