Los mejores días
No recuerdo ahora quién dijo, a mediados del siglo XX, en un momento en que se cuestionaba el futuro de la novela, que, mientras existiera la familia, dicha fórmula narrativa seguiría presente.
Que esta es fuente primera de inspiración lo confirma Magalí Etchebarne en Los mejores días, pues, aunque no se trata de una novela, nos acerca desde su primer relato a ese difícil universo de relaciones que establecen mujeres de todas las edades con su entorno más inmediato, en una intimidad narrada con tantas dosis de magia como de poesía. De hecho, en ocasiones adopta esa técnica lírica de las imágenes asociativas que convierte el texto en una sucesión de fragmentos. Baste como ejemplo el recuerdo de la afición colombofílica del abuelo de la narradora en el primero de los cuentos, «Como animales», poco antes de describir a un anciano diciendo de él: «Cuando toma el té, una burbuja blanca se le apichona en la comisura». Simplemente plástico y magnífico.
Comparte igualmente con el género lírico, y también, por qué no, con otras fórmulas narrativas, en este caso del suspense, el difícil arte de la elipsis; esa forma de sugerir algo escondido más que de exponer la evidencia, a lo que colabora, en el relato «La nuez de Adán», el hecho de que la narradora sea aún una niña. Esa mirada infantil, incompleta por cándida, refiere con naturalidad unos hechos que de otro modo nos resultarían mucho más estremecedores.
Porque, a la manera de los cuentistas norteamericanos, Etchebarne, sobre una anécdota mínima («quiero congelar el día, el momento en el que las cosas cambian», afirma en un momento dado. Y, en cierta manera, parece resumir en estas palabras su propósito narrativo), es capaz de contar toda una historia que se detiene con brusquedad, sin necesidad de un final, pues no es un argumento ficticio lo que coloca ante nuestros ojos, sino la vida misma, pura monotonía, pura normalidad, con todo lo que ello esconde de frustrante o de amenazador. Tales anécdotas explican el título del libro y parecen partir del final de «Buena madre»: «Si venís va a ser lo mejor del mundo, los mejores días de nuestra vida», aunque también en el primero de sus cuentos, «Como animales», recuerda «No fueron años divertidos, pero hubo grandes días».
Esos grandes días giran en torno a los eternos temas del encuentro y el desencuentro, especialmente en el amor, pero un amor real, lejos de los consabidos modelos románticos (porque «¿cuánto puede durar una historia de amor si sabemos cuál es la verdad que nos une?»), junto a la soledad, la maternidad, los recuerdos del pasado, la búsqueda de un sentido, el engaño de la infidelidad, la tragedia sobrevenida de una enfermedad, la batalla contra el dolor… Y todo ello encuadrado en el ámbito de las relaciones más o menos difíciles en el seno de una pareja, de una familia, entendida esta como supuesto espacio para el orden y el equilibrio, refugio en que sentirse «protegidos por la rutina de las ceremonias domésticas sin las que no sobreviviríamos», y contadas por una voz femenina con la que Etchebarne quiere dar protagonismo a todas las mujeres que conocemos: madres, tías, abuelas, hermanas..., cuyas vidas particulares pueden llegar a representar lo universal.
Así, con un estilo muy personal, libre pero muy elaborado, logra en sus textos crear, con no sé qué extraña sutileza, una atmósfera a veces inquietante, transmitir sensaciones inexplicables que se palpan y se huelen («La entrada, con un caminito angosto y apretado de plantas, te hace sentir que te está chupando un bosque», dice, por ejemplo, en «Que no pase más») a través de un prosa plagada de imágenes sorprendentes, poderosas y sugestivas prosopopeyas, símiles brillantes, cálidas sinestesias, metáforas cotidianas atravesadas por un humor oscuro, donde resuena una ya larga tradición de la literatura pseudoautobiográfica.
Por cierto, no creo que sea casual que, en el primer relato, escrito en primera persona, la protagonista se dedique a la escritura de memorias ajenas como ghostwriter, así como que también la voz narradora de «Que no pase más» aluda en más de una ocasión al proceso de la escritura e incluso lance una oración que define bastante bien su técnica creativa: «Casi nunca invento, pero no puedo decir que no agrego mis cositas».
Ignoro cuántas son esas «cositas» que agrega Etchebarne junto al resto de sabrosos ingredientes; pero, vistos los resultados, solo puedo recomendar la lectura de Los mejores días y aguardar con ganas sus próximos relatos.
Elena Marqués
Magalí Etchebarne (Remedios de Escalada, Argentina, 1983) estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires. Colaboró en distintos medios y actualmente trabaja como editora. Ha publicado relatos en revistas literarias y en las antologías Historias de mujeres infieles (Emecé, 2008), El amor y otros cuentos (Mondadori, 2011) y El tiempo fue hecho para ser desperdiciado (El perro negro, Chile, 2012). Los mejores días, su primer libro, es considerado una de las mayores revelaciones de las letras argentinas de los últimos años.