Los refugios que olvidamos
El jueves 20 de octubre tuve el enorme compromiso de acompañar a Jesús Cárdenas en la presentación de su nuevo libro; un acto en el Café Cicus amenizado por la lectura de sus versos a cargo de poetas y amigos como María José Collado, Vito Domínguez, Pilar Alcalá, Juan Martínez Iglesias (Aborojuán), Tomás Sánchez Rubio, Pepi Bobis y Jorge Mejías, autor de la hermosa cubierta que abre Los refugios que olvidamos como una «Mancha de invierno».
Confieso que acepté tal responsabilidad con el ánimo de que la poesía me ofreciera un refugio. Empecé su lectura y vi que caían las hojas desde un primer poema celeste y vibrante, esperanzador, íntimo y a la vez poderoso, que ofrecía el abrigo de bosques y parques a los primeros pasos del amor. Un ámbito al más puro estilo romántico o bucólico.
Sin embargo, flota el invierno en este libro, y la soledad como un tema recurrente, como una sombra, como una ausencia de esperanza. Una oscuridad donde solo hay siluetas, perfiles efímeros, cuerpos difuminados, figuras sin límites definidos y manos invisibles. Donde hay mucho silencio.
A quienes lean este libro les auguro dolor en una hora crepuscular o en plena noche. El tiempo transita en él gélido y se detiene en una especie de invierno perpetuo, en un asilamiento en esa isla de la primera parte que recoge los poemas bajo el epígrafe «Humedad», posiblemente la del principio de los tiempos, refugio en fin, como veremos en el poema «Sin rencores», donde Cárdenas busca «un lugar donde corra la humedad / y apenas se abran claros».
Y, junto al agua, otro de los elementos (fundamentales siempre en el poeta estas referencias telúricas), el fuego de la vida, que en muchas ocasiones devendrá cenizas. Es la hora de los «Comienzos» antes de que lleguen las «Hojas secas» con que se inicia la segunda parte del libro.
Allí se lamenta el poeta, exige que la sangre siga porque es lo que pide toda historia de amor reinventado. Cruzar la frontera de la rutina y adentrarse en sus peligros. Hay en estos versos mucha derrota, y necesidad de que la humedad del principio se haga líquida, ola, orilla, «presencia al fin»; olvide los titubeos, acorte las distancias.
Y es que en este libro Cárdenas nos abre su corazón y parte de su biografía interior de una forma personalísima. Busca un refugio fijo, dejar de ser huésped pasajero y «arena errante». Tener certezas. Busca un «Anclaje», que es el título de la tercera parte del libro. Un espacio para descansar.
Y es en ese último poema de esta parte, precisamente «Anclaje», donde Jesús Cárdenas desempolva las copas aún embaladas y alza su brindis por la vida, a un «Más allá» con que se inicia la última sección, «Sumideros», en la que se abren una ventana y otro mundo. Este mundo es el del presente, donde el poeta echa raíces, donde comprende y acepta su realidad. Es en ese espacio en el que se para a observar su entorno y el sufrimiento que en él existe (léase, por ejemplo, «La muerte a plazos»).
Yo quiero terminar, como hice entonces, con estos versos del poema «Sin calzado», que es más bien un brindis o un deseo que me acompaña siempre:
«Reír, llorar, volcarnos en el otro,
urdir nuestras tramas,
clavar el diente a la hora,
antes de que la cordura empañe este delirio
de mantenernos en desorden,
antes de que la tierra mortal
sepulte nuestros sueños.»
Que así sea y que la lectura de Los refugios que olvidamos os sirva de verdad de refugio y os conduzca directamente a la Poesía.
Elena Marqués
Jesús Cárdenas (Alcalá de Guadaíra, Sevilla, 1973) es licenciado en Filología Hispánica y trabaja como profesor de Enseñanza Secundaria. Entre sus publicaciones destacan Algunos arraigos me vienen (2006), La luz de entre los cipreses (2012), Laberintos sin cielo (2012), Raíces de ser (2012), Mudanzas de lo azul (2013), Después de la música (2014) y Sucesión de lunas (2015). Colabora en revistas impresas y digitales reconocidas y algunos de sus poemas han sido traducidos al rumano, al bable, al italiano y al inglés.