Nunca sabrás quién fui. Jugando al quién es quién
Quienes me conocen, si es posible conocer a alguien de verdad (y ahí lo dejo), saben de mi afición por los malabares literarios, mi inclinación por lo metaficticio y lo autorreferencial, por los límites y cómo traspasarlos. Porque, como muchos, estoy convencida de que nuestra vida, también la de quienes presumen de sinceros y transparentes, tiene tanto o más de invención y efectos especiales que una película de chinos. Que nos ponemos una máscara de kabuki cada vez que salimos a la calle, y hasta dentro de casa. Que nada es lo que parece. E incluso que, consciente o inconscientemente, nos inventamos los recuerdos a los que aferrarnos, con los que crearnos. Con los que ser.
A Salvador Navarro le gustan las novelas de intriga, de acción. Las tramas complejas, los finales inesperados, sorpresivos. Los laberintos en los que un leve cambio de dirección nos descubre lo engañados que estábamos, las muchas alternativas en que puede derivar una encrucijada. Y, además, controla esos mecanismos a la perfección, porque no deja cabos sueltos y todo resulta coherente.
Por otra parte, elabora unos diálogos de tal naturalidad que uno se pregunta dónde ha aprendido el truco. Porque el truco, o las costuras del artificio, no se aprecian. Sabe rematar cada capítulo (estos suelen ser cortos, y así mantienen tensión y atención, pues nada sobra ni falta en ellos) para que continuemos la lectura hasta bien avanzada la noche. Dibuja unos personajes muy creíbles, cercanos, que nos muestran sus bondades y sus miserias a partes iguales, que no son en absoluto planos ni inconsistentes, sino verdaderos y humanos, sacados de lo que seguimos empeñados en llamar realidad. Describe bien los espacios, generalmente grandes ciudades (será, entre otras cosas, porque bebe en buena medida de autores del realismo norteamericano), muchas veces lujosos (los círculos en que nos mueve en esta novela, entre la afectación de las galerías de arte y la sospecha de la ilegalidad, abre camino a un glamur que siempre nos encanta); nos hace deambular por ellos hasta que percibimos sus olores y el color que adquieren con la lluvia o a la tarde, de manera que nos sentimos dentro del escenario como uno más. También en los lugares íntimos, en el erotismo y el sexo, todo hay que decirlo, se conduce con natural expresividad. Sí, Navarro domina el lenguaje, que es en él sencillo pero también exacto, pulcro, correctísimo hasta en su necesaria incorrección. Cada personaje consigue su voz propia, y eso es muy de agradecer.
Todo eso ya lo sabía, porque había leído El hombre que ya no soy (Algaida, 2017) y asistido al estreno de No te supe perder, dirigida por Manuel Benítez del Valle y basada en el libro homónimo del escritor sevillano, quien participó, además, en la adaptación del guion. Sin embargo, no estaba del todo preparada para lo que iba a descubrir en estas más de quinientas páginas que en absoluto se hacen tediosas sino todo lo contrario. Porque, cuando Álex Panelas, protagonista de este periplo, fingidor profesional (doblemente fingidor: por haber sido contratado para el engaño y por ser periodista con aspiraciones literarias), piensa que domina la situación, sonríe satisfecho ante el provecho que ha sacado del extraño encargo de la despampanante y temperamental Lola, cuando se cree el hacedor, el artífice de un extraordinario argumento que puede conducirlo a triunfar como novelista, cuando incluso se arrepiente un poco por su rol de engañador, todo se desmorona, descubre la tramoya y su papel de cazador cazado en las redes siempre oscuras de la ficción.
A esa interesante trama se añade como aliciente que se evade Navarro de la fórmula lineal de narrar, que salta en el tiempo y en el espacio (entre Sevilla, Nueva York y Madrid) para que vayamos sumando datos y construyendo, o más bien reconstruyendo, la historia, que avanza a medida que se escribe y se corrige. Así que ese descubrimiento lo haremos a la par que su protagonista, del que nos sentiremos más cómplices a medida que avanza la novela al convertirse, irremediablemente, en víctima. Habría que preguntarse si de su ambición o de su inocencia. Y habría que preguntarse, al final, dónde está la verdad, que es el planteamiento último de la obra: hasta qué punto podemos conocerla. Porque, en un momento dado, como el mismo Álex, ya no sabremos a qué carta quedarnos. Dudaremos de cada uno de los personajes, hasta de los más inofensivos (las apariencias engañan, dice el proverbio). Dudaremos de cuál de los dos planos es el verdadero. Y disfrutaremos del juego.
Pero creo que en esta ocasión he hablado más de la cuenta. Así que aquí termino, un poco abruptamente, lo reconozco, aunque con la esperanza de que, tras lo dicho, más de un lector se anime a sumarse a la aventura.
Elena Marqués
Salvador Navarro (Sevilla, 1967) es ingeniero industrial y trabaja en Renault. En 2002 publicó su primera novela, Eres lo único que tengo, niña, a la que le han seguido Rosa.0, Andrea no está loca, No te supe perder y Huyendo de mí, todas ellas con un fuerte componente psicológico.