Otro tipo de correcciones (estas, más útiles)
A la vuelta de unas estupendas vacaciones, voy a ahorraros mis palabras y las consabidas quejas a la hora de reincorporarme a la vida real para dejaros las últimas que han constituido este paréntesis de descanso. Se trata de prácticamente el final del libro Las correcciones, del escritor estadounidense Jonathan Franzen, que reza así:
«Tenía que decirle, mientras aún estaba a tiempo, lo mal que lo había hecho él y lo bien que lo había hecho ella. Lo mal que había hecho no queriéndola más, lo mal que había hecho no tratándola con cariño y no aprovechando todas las oportunidades para tener relaciones sexuales con ella, lo mal que había hecho no confiando en su instinto financiero, lo mal que había hecho pasando tanto tiempo en el trabajo y tan poco con sus hijos, lo mal que había hecho siendo tan negativo, lo mal que había hecho siendo tan melancólico, lo mal que había hecho escapando de la vida, lo mal que había hecho diciendo una y otra vez que no, en lugar de sí: tenía que decirle todo eso, todos los días, sin faltar uno. Aunque no la escuchara, tenía que decírselo».
Y las traigo a colación por dos motivos: para que, como rezan las famosas sevillanas bíblicas que cantara Paco Toronjo, «sirva de aviso»; y para darme un baño de humildad y dejar de escribir tonterías y dedicarme más tiempo a la lectura de cosas útiles como esta; propósito que se hace uno todos los años por estas fechas y que, en mi caso, tiene más visos de cumplirse que lo de ir al gimnasio y otras zarandajas.
Ese es también mi deseo para todos los que se asoman a esta ventana: que encontréis autores que os inspiren, os ayuden, os emocionen, os enseñen, os avisen, os «corrijan» y os den fuerzas para atravesar este nuevo periplo por las desgastadas tierras de la monotonía.
Feliz septiembre.
Elena Marqués