Pausa
Aunque de un tiempo a esta parte he alimentado mi ventana básicamente de reseñas, o de comentarios de los libros que voy leyendo y que creo merecen ser leídos por quienes pasáis por aquí, se me hace necesario un alto en la rutina, pues no otra cosa que una larga pausa nos imponen las circunstancias. Circunstancias sobre las que, si Ortega levantara la cabeza…, pues no sé muy bien qué diría, la verdad. Hasta estas se le escaparían por excepcionales, por extrañas. Por demostrar como pocas lo vulnerables que somos, el nulo control que tenemos sobre nuestras vidas. Sí, nosotros, que, en algunas ocasiones, subiditos y soberbios, nos imaginamos los dueños del universo, nos soñamos casi dioses. Vaya dioses, que ni siquiera podemos ir a comprar alcachofas sin miedo a que nos tosan.
Reconozco que, dentro de este confinamiento obligatorio, yo soy una privilegiada. No voy a perder el trabajo; me encuentro bien; toda mi familia, obediente, acata las instrucciones al pie de la letra de no salir de casa, seguir (o impartir) sus clases on-line, lavarse las manos hasta irritarlas, hacer un poco de ejercicio (tampoco nos matamos: no lo hemos hecho nunca, no lo íbamos a hacer ahora).
Nos angustia, claro, y mucho, el momento de escuchar las noticias, pues nunca son buenas, ni hasta el presente esperanzadoras. Nos parece que la crisis no se está gestionando adecuadamente, o que no está gestionando en absoluto; que se llega tarde; que se está pidiendo demasiado a determinados colectivos, habitualmente maltratados, que van a trabajar sin la protección adecuada y que acuden sabiendo que, más pronto que tarde, también enfermarán. Los sanitarios se están convirtiendo en los verdaderos héroes. Héroes anónimos que, sin embargo, no pasarán a la historia porque no libran batallas con armas nucleares, sino con antivirales y respiradores y con mascarillas recicladas y equipos de protección que ellos mismos deben agenciarse.
Por supuesto, son muchos otros los que tienen que emplear todas sus armas para que la vida no se paralice del todo. Los profesores andan aprendiendo herramientas nuevas para poder seguir trabajando con sus alumnos; los repartidores y transportistas tienen que sacar sus buenas dosis de paciencia para soportar los controles en las carreteras; las Fuerzas de Seguridad, enfrentarse a la estupidez de algunos que parecen no entender la situación y siguen, bajo la «sacrosanta» bandera de la libertad, porque me imagino que eso alegan para saltarse a la torera las normas que nos atañen a todos, saliendo a hacer deporte o a caminar porque les sale de los… Lamentable, pero…
También nos emocionamos con los gestos, nos alegramos con los aplausos vespertinos, con el ingenio que se está desarrollando en las redes, entre juegos, adivinanzas, memes… Pueden parecer una frivolidad, pero, si ayudan, bienvenidos sean. Nosotros mismos, los más intensos del Doctor Goodfellow, andamos ahí, con un reto poético con el que entretenernos y entreteneros. Y, personalmente, también me he lanzado a otro juego de microrrelatos monovocálicos, esto es, con palabras en las que campe solo una vocal. A medida que avanzamos, más chungos salen. Pero tampoco, en estas circunstancias tan dramáticas, soy capaz de escribir cosas muy serias. Posiblemente porque, en el fondo, sigo las instrucciones de dejar pasar el dolor para hablar de él, pues es el único modo (que yo conozca) para poder hacerlo medianamente bien.
Así que prefiero despedirme, por supuesto, animando a quienes necesiten ánimos, y con una tontería monovocálica. Ya habrá mejores tiempos. También para la lírica.
Un beso virtual.
«Bárbara ama a Sara. Mas baraja matarla. Ganará fama. ¡Caramba! Nada la parará.
Acaballadas las nalgas a la baranda, Bárbara canta. Abarca La Habana, las calmas playas, las aladas barcas, las achaparradas cabañas, las chatas alambradas.
A Sara, alarmada, atada a la cama.
Las llamas. La casa abrasada.
Canalla…»
Elena Marqués