Qué es Poesía
Tras las vacaciones, cuesta trabajo volver a la rutina. Más aún cuando esta implica tontas obligaciones e impone estrictos ritmos que fuerzan, por poner un caso, a escribir una reseña a la semana (¡con el esfuerzo mental que eso supone…!), o al menos algún comentario que merezca la pena leer, bien por contener información de provecho, bien por estar destinado a arrancar una sonrisa, que en estos tiempos que corren es muy de agradecer.
Sin embargo, terminada la lectura de los Cuentos completos de Lorrie Moore, no encuentro el ánimo ni me creo con competencias para abordar su comentario (al menos por ahora, y con esta premura), y algún libro de difícil calificación que ha caído posteriormente en mis manos no me ha fascinado hasta el punto de correr, como otras veces, a recomendarlo. Es más, me he sentido un poco engañada, estafada por ese marketing de las editoriales de prestigio que encumbran a determinados escritores, no siempre merecedores del puesto que se les quiere conceder.
Así me encontraba, pues, este lunes de septiembre, un poco desorientada, cabizbaja por la incertidumbre de los últimos meses, algo hundida en el desánimo de no saber qué airear por estos lares. Pensando en si no habría perdido por fin la capacidad de ilusionarme con los textos (breves e insustanciales, pero, para mí, necesarios) que bosquejaba normalmente en los días de descanso para alumbrarlos el lunes, aprovechando ese carácter simbólico de las primeras horas de la semana que nos hacen celebrar todo con algo parecido al optimismo.
Gracias a los dioses o a no se sabe qué fuerzas sobrenaturales, o paranormales, o cualquier otro adjetivo grandilocuente y polisílabo que se os pase por la cabeza, de un tiempo a esta parte nos acompañan e inspiran las redes sociales, y, aun antes que eso, existía otro buen filón en eso de incitar a las habladurías, los premios literarios, dados a la polémica con galardonados que, para quienes intentamos crearnos algo así como un relajado espíritu crítico, no estaban a la altura ni eran de recibo ni deberían ser publicados en la vida. Ayer, sin ir más lejos, ardían Facebook y Twitter por la concesión del Espasa de Poesía a un venezolano de cuyo nombre no quiero acordarme y cuyos engendritos no tendrían cabida, en mi humilde opinión de poetastra anticuada, ni en los sobres de azúcar de los bares de carretera, lo que me ha dado motivos para sentarme ante el ordenador y expresar no ya mi sorpresa, pues, como decía Santa Teresa, nada me turba, nada me espanta (ya sé que el tiempo verbal no se corresponde, pero es el que me conviene), sino mi estupefacción por el descaro con que se mueven ahora las empresas culturales al afirmar que el premio ha sido concedido al «poeta» de 34 años por su «tinte juvenil y motivador, fresco y urbano, con cientos de miles de seguidores». Digo yo que podían haberse ahorrado la primera parte de la argumentación, pues el tinte juvenil semeja más bien manchurrón de pañal, la motivación se la busca uno en el psicólogo de turno o en el prolífico género de los libros de autoayuda, la frescura se le supone, pero en la tercera acepción del diccionario («desembarazo, desenfado, desvergüenza»), y el carácter urbano ni me va ni me viene, ni creo que sea un plus que conceda valor a cualquier cosa que se escriba como sinónimo de modernidad o contemporaneidad. Son solo los miles de seguidores, que aseguran cientos de ventas, lo único que pesa en esta explicación, o el escándalo que se supone que la concesión de este premio a algo que si Bécquer levantara la cabeza volvería a enfermar de tuberculosis, o de sífilis, o se le agravarían sus dolencias hepáticas, conllevará, lo que se prevé desembocará en curiosidad y, como no puede ser de otra manera, en, de nuevo, cientos de ventas. En fin…
Al principio me he resistido a traer este asunto a mi ventana porque, hablándolo con una amiga, pareciera que una tiene pretensiones de algo, de publicar poesía, de que la aplaudan por contemplar el mundo con ojos diferentes, y que el hecho de que se le conceda a otro, al que no se le ve la calidad por parte alguna, es motivo para el berrinche. Nada más lejos. Simplemente creo que es la Poesía, la Literatura, la Cultura en general, el ámbito que puede salvarnos. Que, como decía Octavio Paz en El arco y la lira (sé que siempre lo nombro, pero nadie mejor para expresarlo), «en su seno se resuelven todos los conflictos objetivos y el hombre adquiere al fin la conciencia de ser algo más que tránsito». Sinceramente, si el hombre va a emplear sus esfuerzos poéticos en estas patochadas, espero que sea transitorio, muy transitorio; que, aunque este adjetivo no admita grados, en este caso es tan obligatorio el uso del superlativo como su posterior entierro, el del pseudopoeta y sus paridas, en la clara bendición de la desmemoria.
Elena Marqués
P.D.: Tal día como hoy, 8 de septiembre, pero de 1645, murió Francisco de Quevedo. Por si alguien se pregunta qué es Poesía.