Que la inspiración te coja escuchando
El viernes conocí por fin La gallina en el diván; un espacio situado en uno de los barrios más tranquilos de Sevilla donde gastronomía, artesanía, diseño, cultura y arte se reúnen con calidad y acierto; donde puedes tomar un café con un exquisito trozo de tarta casera o una cerveza en su agradable terracita y luego asistir a la presentación de un libro, a una buena tertulia, a una obra de teatro o a un cuentacuentos. O participar en un taller de encuadernación mientras, desde sus paredes impolutas de blancura, una de sus exposiciones te contempla. Allí se celebró no hace mucho un ciclo llamado «A cuatro voces», en el que cada martes un grupo de escritores compartía y comentaba su obra en directo y por donde pasaron nada menos que Manuel Machuca, Paco Carrascal, Sara Castelar, Lola Almeida, Anabel Caride, Lola Crespo, Ana Isabel Alvea y otros tantos atraídos por Rocío Muñoz y Beto Steinmann, organizadores de esta actividad a la que cada semana me decía «voy a ir», «no puedo faltar» y cosas por el estilo. Pero, aunque la pereza no es uno de mis pecados favoritos, del dicho al hecho hay mucho trecho, y en este caso el trecho que tenía que recorrer era lo suficientemente largo (tampoco tanto: menos de media hora andando, que es gerundio) como para echarme para atrás.
Pero esta vez tiré las excusas por la borda porque era viernes y se daban cita poesía y música en las voces complementarias de la poeta María José Collado y, a la guitarra, el cantautor David Reina. Un goce para los sentidos. En perfecta comunión, se fueron dando la palabra con el tiempo bien medido, y escuchamos poemas de Bruñidas sombras, Aún la lumbre y otra pequeña joya que aún debo desbrozar, editado por Corona del Sur, Centinelas del frío, que, de repente, a pesar de su nombre, o precisamente por ello, me hizo entrar en calor. En aquellos momentos mágicos, después de que la voz única de David «musicara» uno de los poemas de María José y percibiéramos más certeramente el pulso de la sangre en nuestras venas, con esa suerte de silencio suspendido como una bombilla blanca y la noche de ojos abiertos invitando a lo perfecto, no pude dejar de coger la pluma (o el bolígrafo, aunque rompa un poco el clima) y la libreta y anotar unos versos que a la voz de María José me brotaron. Por supuesto, nada que ver con los suyos. Pero el domingo, en la Feria del Libro, un lector de otro amigo poeta como los hay pocos comentaba que, leyéndolo a él, de repente, tenía que soltar el libro, coger la pluma (o el bolígrafo: no sé sus preferencias) y ponerse a escribir, y que su Vino amargo (hablo de Pepe Quesada, de quién si no) le había inspirado sus mejores relatos.
Por eso el título de este artículo, entrada o como queráis llamar a esto que cada lunes lanzo con más o menos fortuna: que la inspiración te coja escuchando, o leyendo, con la disposición incólume, con los ojos abiertos y los oídos y los dedos ágiles como el céfiro que bate mis ventanas y las abre para que salgan estos versos de cal y guitarra, de luz y cercanía.
Muchas gracias a quienes los provocaron.
Una bombilla blanca,
una cerveza,
dos guitarras de agua
como gotas de sueño.
En la esquina del aire
mi voz se rompe y brota.
Tienes el aire frágil de los pájaros
pero sabes mentir,
como la hiedra.
Cuando el día eras tú,
el tiempo no tenía
el pulso de los siglos.
Todo se para en ti y en tu palabra
deshojada al resol de los vapores
de un tren que se despide
con la ternura intacta
y los ojos abiertos.
P.D. Hay otros dos más garrapateados en el fondo del cuaderno. Cuando consiga traducirlos, os lo digo.
Elena Marqués