Septiembre (no sé si debe llevar un número detrás, ni cuál sería)
Tal día como hoy de 1939 Alemania invade el país vecino (lo que, sin querer parecer demasiado frívola, me recuerda la famosa frase de la película de Lubitsch Ser o no ser en la que uno de los personajes arios dice que el actor Josef Tura «hizo con Shakespeare lo que nosotros ahora hacemos con Polonia»). Muchos años atrás, en 1897, se inaugura el metro de Boston; y en 1864 se inicia la evacuación de Atlanta, de la que no tendríamos idea si no fuera por otra película (me he levantado así; será que echo de menos ir al cine con normalidad), Lo que el viento se llevó, pero, por eso mismo, quién no habría de recordarlo. También un 1 de septiembre, de 1893, de 1922 y de 1942 respectivamente, nacieron el pintor Alfonso Grosso, los actores Yvonne De Carlo y Vittorio Gassman y el escritor portugués Lobo Antunes.
Lo que quiero decir es que hay fechas que parecen, más que otras, señalar un comienzo; y el noveno mes del año, desde que éramos niños y asistíamos a los estertores de unas interminables y felices vacaciones que ahora añoramos demasiado como para no contarlo con un dejo de nostalgia, se erige como la casilla de salida del curso académico, del retorno a los hábitos y a las rutinas, de la enumeración, como en Año Nuevo, de los buenos propósitos (comer menos, hacer ejercicio…, tonterías de ese calibre), con la consiguiente eliminación de todo aquello que nos estorba.
No tengo que recapitular ni revisar mucho esta ventana, que tiene ya sus años, para recordar que yo misma me propongo en septiembre dedicarme en exclusiva a mis cosas, estas de la escritura y la lectura; a decir que no a las ajenas, que me quitan mucho tiempo y a veces ni agradecidos, ni pagados; a medir mis fuerzas en eso de participar en actos, etcétera. Ya que esta última parte no parece vaya a ser muy posible, dadas las circunstancias, se abre con más fuerza la posibilidad de lo primero, y, realista como me voy volviendo con la edad, consciente de mis límites y limitaciones, que se elevan por encima de la media, me conformo con escribir unas mil palabras diarias, digamos que de mi cosecha (las del trabajo no cuentan; las auguro, además, tediosas y repetitivas), ya sea haciendo una reseña de lo que voy encontrando y me apetece compartir, ya sea escribiendo estas reflexiones que solo a mí me ayudan (para eso escribimos: para ayudarnos a nosotros mismos; a ser posible, a nuestra economía y a nuestro ego), ya sea siguiendo la novela que, como todo quisque (no lo neguéis), empecé a redactar durante el confinamiento y que avanza lenta porque las prisas son malas consejeras y tampoco parece que se vaya a acabar el mundo si jamás llegara a ver la luz. Lo importante ahora son otras cosas, eso está claro, que el mundo se arregle aunque sea solo un poco, porque a este paso ni la famosa frase de las lágrimas tagoreanas nos hará apartarlas para intentar ver las estrellas y ni siquiera, por ponernos estupendos, las máximas y pastelitos elaborados por Paulo Coelho podrán salvarnos del desastre.
Elena Marqués