Ver o no ver
«Así es mi vida. Quiero decir, mi vida antes de no poder dormir. Una repetición de lo mismo día tras día. Llevo un diario sin grandes pretensiones, y cuando me salto un par de días, ya no puedo distinguir entre uno y otro. Si cambio ayer por anteayer, en realidad no hay ninguna diferencia. A veces me pregunto qué clase de vida es esta. No es que me sienta vacía, simplemente me sorprende ser incapaz de distinguir entre ayer y anteayer por el hecho de llevar esta vida, que me ha tragado por completo y en la que ni siquiera puedo dar media vuelta para mirar mis propias huellas antes de que las borre el viento.»
Tengo mala memoria para las citas. Y más si son de este calibre. Pero, cada vez que me pregunten por qué escribo, por qué leo, por qué me siento en una sala de cine a emplear dos horas de mi tiempo, recurriré a estas líneas del relato Sueño de Murakami. Yo lo veo muy claro. Para que cada día sea diferente, especial. Para no desaprovechar ni un minuto. Para sentir los cambios. Para descubrir a tantas personas en mí. Para emocionarme. Para tener miedo. Para vencer el miedo. Para conjugar completo el verbo «luchar» y adjetivar con bien el sustantivo «sacrificio» (dos términos que en ciertos ámbitos parecen estar en peligro de extinción). Para pensar (a este lo calificaré simplemente como verbo defectivo). Para levantarme por las mañanas. Para olvidar que me duelen los huesos. Para encontrar. Para seguir buscando.
Es obvio que, si quiero hacer todo eso, me faltan horas. Y no es que desee, como la protagonista de esta historia, sumergirme en un insomnio perpetuo que me permita pasar las noches en vela descubriendo y redescubriendo los e-nigmas y respuestas de Anna Karenina; pero sí que, aprovechando este hallazgo afortunado, intentaré seguir otro de sus consejos: «Lo importante era mantener la concentración. Una vida sin concentración es como tener los ojos abiertos y no ver nada».
Pues eso.
Elena Marqués