Otra vida por vivir
No recuerdo si había leído alguna crítica sobre Otra vida por vivir, de Theodor Kallifatides, o, como por arte de magia, apareció el libro entre esas recomendaciones que se te ofrecen por el mero hecho de andar siempre curioseando por los estantes virtuales de internet.
La cuestión es que he disfrutado de una manera especial de él y he aprendido o me he reencontrado con muchos pensamientos que de algún modo me asaltan a veces. Uno de ellos (ya sabéis que es un tema que me interesa), la estrecha línea que delimita la realidad de la ficción, la importancia que esta ejerce sobre nuestros actos, hasta el punto de que Kallifatides se plantea la autenticidad de ciertos sentimientos, bañados siempre por mitos ya escritos que nos hacen idealizar primeros besos y primeros amores y convertirnos en protagonistas de nuestras propias falsas puestas en escena.
Porque, para quienes leemos, y seguramente aún más para quienes escribimos, la familiaridad con personajes y espacios nos hacen creer que hemos estado allí, con ellos, sin distinguirlos demasiado de nuestro propio entorno y nuestra propia realidad, quizás como un modo inconsciente de hacernos responsables de nuestra escritura, del mundo creado a través de ella.
Difícil de encasillar en ningún género, este texto autoficcional parece no seguir un guion establecido, sino abrirse en un viaje errático como el de la misma vida, si bien detecto una estructura circular al empezar y terminar con un acto literario en su país de acogida y su país de origen.
Escrito en primera persona en tono confesional y con una gran sencillez que no lo hace por ello menos profundo (aun sin conocer el original, doy por hecho que la traductora ha realizado un inmejorable trabajo, pues el lector se desliza literalmente por él), sitúa a su narrador-autor ante el conocido y temido síndrome del folio en blanco, así como ante la necesidad de mantenerse «en el candelero», pues «como artista eres lo que eres mientras eres. Luego no eres nada». Y esto, para quienes intentamos el camino de la literatura, no es solo una eterna espada de Damocles, sino una verdad como un templo que nos enfrenta a lo efímero del éxito y lo inaccesible de la gloria. Por eso, vacío momentáneamente de ideas y sin tener qué contar, Kallifatides llega incluso a plantearse seguir la recomendación de un conocido y dejar de escribir.
Pero Kallifatides no quiere dejar de escribir. Posiblemente porque sabe, como decía su abuela, que «las palabras no tienen huesos, pero los rompen». Y que, añade él, «decir algo es hacer algo». Y esa sea posiblemente su forma de hacer algo, de aportar al mundo. Un mundo que se encarga de dibujarnos con acierto y espíritu crítico, pues, junto a los elementos autobiográficos que va desgranando (conocemos a su familia, especialmente a su mujer, que lo acompaña en el viaje; recuperamos con él algunos recuerdos; asistimos a escenas cotidianas, a la vida diaria de desplazamientos y encuentros fortuitos, a la contemplación del paso de las estaciones, del transcurso del tiempo), también le interesa exponer su opinión sobre ciertos temas candentes, como las trampas de la democracia o los límites de la libertad de expresión. Para ello, se centra en las circunstancias de los dos países que siente como suyos, Grecia y Suecia, inmersos en la enorme crisis internacional de hace escasos años, cambiando a una velocidad de vértigo hacia una sociedad de consumo deshumanizada y un modus vivendi dominado por el trabajo y el estrés.
Destaca el lado menos amable de una Suecia que ha dejado de ser «un país de justicia social y solidaridad, para enredarse en los tentáculos del comercio», un país que ha cambiado el concepto de ciudadano por el de individuo, donde se ven mendigos por las calles y se acusan claros síntomas de xenofobia. Y, en cuanto a la Grecia que se encuentra, el retrato que quiere, y creo que consigue, esbozar es absolutamente realista, libre de idealización, descrita también con sus pedigüeños y sus malos olores, sus tenderetes y sus filas de desempleados, los vendedores de droga en plena calle, la indiferencia ante la violencia, los comercios cerrados, los sintecho. La indigencia.
Pero volvamos al inicio, pues el libro realmente se erige sobre una minúscula partícula: la conjunción condicional «si». Kallifatides, griego emigrado a Suecia, se pregunta qué hubiera ocurrido de no haber dado ese paso del exilio, cómo se hubiera desarrollado su vida, cómo habría sido escribir en su propio idioma. Hasta qué punto la decisión de marchar o quedarse puede influir en la identidad de una persona, o si verdaderamente, tras seguir al pie de la letra y con convicción la eterna recomendación de su padre, «no te olvides de quién eres», no habría sido tan diferente un Kallifatides que contemplara los amarillos campos del Peloponeso natal del escritor afincado en las calles heladas de Estocolmo.
Y, a los setenta años, y ante esa imposibilidad de escribir que le atenaza, toma la decisión de quemar las naves (vende su estudio y viaja a su país) para, como él mismo sabe de antemano, tratar de reencontrarse con su cultura, aunque no con su pasado, pues ese regreso se hace siempre imposible y nunca se vuelve al mismo punto desde el que se partió.
No puede extrañarnos, pues, que el narrador confiese su desilusión, al inicio del capítulo III, cuando, al entrar en la casa materna, no experimenta emoción alguna. Como si los recuerdos no le calaran. Como si hubiera llegado al lugar equivocado y no sintiera su pertenencia.
Pero entonces ocurre el milagro, la epifanía. Y es que, al acudir a un acto en su pueblo natal, en el que representan una obra de teatro, escucha a Esquilo, y sus palabras lo despiertan a esa lengua que, en un reconocido acto de amor, nunca había abandonado. Ese descubrimiento emocionante al que se encaminaba el libro termina convirtiéndose en una celebración de las raíces de nuestra cultura, un homenaje a su lengua, su única patria. Y eso me parece una de las cosas más hermosas que he leído en los últimos tiempos.
Elena Marqués
Theodor Kallifatides (Molaoi, 1938) es un escritor griego emigrado a Suecia. Su trayectoria literaria cuenta con poemarios, novelas, ensayos de viaje y obras de teatro. También ha escrito guiones cinematográficos y dirigido películas. Sus obras han sido galardonadas en múltiples ocasiones y se han traducido a más de veinte idiomas.