Cosas diferentes

Este finde (lo pongo así, acortadito, como hacen los jóvenes de hoy por lo que ahora contaré) se me ha planteado de un modo tan diferente a otros que aún no he reaccionado del todo ni he llegado a asimilarlo.

Para mí el descanso semanal empezó el viernes, a pesar de que tuve que levantarme muy temprano para coger el autobús con destino a Huelva. Allí tenía un encuentro en el instituto San Sebastián, de esos auspiciados por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte para que los alumnos conozcan y conversen con algún que otro escritor, al que había sido invitada por una amiga y compañera filóloga y en el que fui tan bien acogida que solo puedo estar satisfecha y sentirme muy feliz.

A mí, que me cuesta tanto trabajo expresarme delante de la gente (¿por eso escribo, para no tener que hablar?), me resultó hasta fácil, pues los alumnos se mostraron atentos, interesados, educadísimos. Incluso alguno se acercó al final de la charla para saludarme personalmente y mostrarme su agradecimiento por haber acudido allí a explicar lo que significa para mí la literatura como experiencia personal y gratísima, para comentar mis libros y mis primeros pasos en una charla donde no faltaron anécdotas sobre premios, presentaciones y antologías. Vamos, que se me hizo hasta corto y no me hubiera importado quedarme un poco más. Ahí empieza la primera rareza.

Pero la cosa no termina ahí. Quien me había invitado al encuentro, que, como ya digo, es amiga de toda la vida y está pendiente de una publicación que aquí no viene al caso (ella es más discreta que yo y no voy a destripar acontecimientos), me había también animado a que a continuación la acompañara a Córdoba para ultimar cuestiones sobre dicho libro con un profesor de allá. O sea, que se nos presentaba una jornada de trabajo, de comprobación de datos, de cotejo de textos, de elucubraciones varias, de aprendizaje de nuevos conceptos y términos, de detección de errores poligenéticos y descubrimientos de stemmae (gracias a Dios, bastante rectilíneos) que espantaría a más de uno que basara su tiempo de ocio en salir a la calle a tomar cervezas y comentar las últimas victorias del Sevilla F. C.

Yo, sin embargo, lo he disfrutado tanto que no puedo más que contarlo por aquí, en esta ventana en la que la mayoría de las veces hablo de obras ajenas y muy pocas de las mías, que en este caso, a pesar de tanto papel que hubo por medio, no está ni estará nunca escrita, pues es una obra viva, un recuerdo que quedará siempre en la linda nube de la memoria de estos dos días que se han estirado mucho más allá de las 48 horas que los componen y que me han servido, entre otras cuestiones, para darme cuenta de lo mucho que se puede disfrutar trabajando cuando esa labor, de investigación y lecturas, se convierte en una pasión. Y cuando, además, se conjuga con un carácter (en este caso estoy hablando del de mi amiga, aunque en algo nos parecemos, en lo de la pasión por las letras) paciente y laborioso, perfeccionista hasta decir basta, y enamorado de la belleza.

Porque los escasos ratos que hemos tenido de descanso real (informo de que para mí todo ha sido un descanso, desde el punto y hora en que las jornadas se han planteado muy diferentes a mi acontecer habitual) los hemos aprovechado para disfrutar, cual dos niñas pequeñas, de las flores que adornaban el Círculo de la Amistad; del belén de la plaza de Las Tendillas, con su ambientación andaluza de esquina de cante y pareja de guardias civiles dando el alto a un carro; de las plazas recoletas con estatuas de conocidos y desconocidos; del río remansado con su isla de patos; del patio de los naranjos y de varias iglesias que abrían sus silenciosas puertas al visitante; de balcones con mensajes poéticos; y, por qué no, de alguna Estrella Galicia, que no solo de arte y trabajo vive el hombre.

Precisamente por eso ayer me tomé el día de descanso y me he propuesto tomarme más de uno. Y es que, si bien lo pienso, me paso las mañanas corrigiendo comisiones atrasadas en el despacho, y, al llegar a casa, tejiendo textos de variada índole. Y puesto que en una de esas comisiones escuché el otro día citar a Sirius Black (sí, esas son las referencias de nuestros queridos parlamentarios), voy a emplear yo unas palabras del profesor Dumbledore, que siempre serán más sabias y más contundentes, para apoyar lo que pienso y terminar esta pequeña entrada, algo improvisada, de hoy: «No es bueno dejarse arrastrar por los sueños y olvidarse de vivir».

Elena Marqués

 

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