Sobre los huesos de los muertos
Resulta difícil juzgar a un autor, en este caso autora, por una sola obra. Especialmente cuando a dicha autora acaban de concederle el premio Nobel y, aunque la novela tiene sus muchos puntos encomiables, tampoco te parece perfecta. También cuando, leyendo lo que se dice de ella (me refiero a Sobre los huesos de los muertos) aquí y allá, te das cuenta de que no coincide del todo con lo que has estado enfrentando en estos días. Te preguntas entonces si has leído un texto distinto o si, al fin y al cabo, la información que se te ofrece, siguiendo los dictados del márquetin y encasillando el texto en el thriller, se limita a evitar el desentrañamiento de la sorpresa final, como si eso fuera lo único importante. Por cierto, para mí la resolución peca un poco de obra primeriza, pero es solo una opinión.
Por eso, más que centrarme en la trama de pseudonovela policial en la que se producen unos asesinatos con un hilo común (todos los muertos son cazadores), se utilizan los mecanismos propios para mantener la intriga y concluye con un capítulo explicativo de los hechos siguiendo la tradición del género, me ocuparé de su extraña protagonista, Janina Duszejko; una ingeniera ya anciana, de carácter fuerte y obcecado, retirada («parece que había decidido iniciar una nueva vida, como todo aquel al que se le han acabado las ideas y los medios para continuar la anterior», dice sobre su vecino y posiblemente sobre ella misma) a una zona boscosa de la frontera entre Polonia y Chequia.
Hago un inciso para comentar que quizás el espacio límite en que se sitúa la acción haya sido elegido a conciencia por su carácter simbólico, de la misma manera que diserta Duszejko sobre la importancia de los pies como punto de unión entre el hombre y la tierra que pisa o comenta su inclinación por el crepúsculo («es precisamente al anochecer cuando suceden las cosas más interesantes, porque entonces se borran las diferencias simples»). La repetida alusión a los límites («me gusta cruzar fronteras», dice) acentúa la ambigüedad de los hechos y especialmente de la protagonista, que como narradora se manifiesta nada fiable (es ahí donde debemos aferrarnos para salvar equívocos) por cuanto, además de contar solo una parte de lo que ocurre, mentirnos descaradamente y escamotearnos la verdad hasta el final, lo que resulta en ocasiones poco verosímil o ciertamente artificioso, habla con fantasmas; manifiesta una peculiar teoría sobre el papel de los animales en el mundo, en igualdad jerárquica con el hombre y a los que en más de una ocasión rodea de una aureola mágica y de cualidades humanas, como el sentimiento de justicia; y cree a pie juntillas en la influencia de las estrellas sobre nuestras vidas. De hecho, la astrología ocupa bastantes reflexiones en el libro, por las que la señora Duszejko nos enfrenta al temido asunto de la inexorabilidad de los destinos, a un ciego determinismo y a cierta concepción panteísta de armonía universal (su admiración por el orden de Pandedios y del cielo, del que dice «es el patrón según el cual se crea el modelo de nuestra vida», no es sino una añoranza ante su propio caos) en la que apenas somos granos de arena a la deriva, pura materia tras el «divorcio metafísico» del alma por la muerte.
Quizás por ello Blake planea sobre todo el texto y la protagonista se dedica, junto al joven Dioni, a su traducción; esto es, a intentar trasvasar a un lenguaje conocido lo que de otro modo permanecería ininteligible. O a resolver un misterio. Del mismo modo que antes, como ingeniera, se dedicaba a trazar puentes o ahora busca las complicadas relaciones del mundo. Qué mejor escritor para acompañarlos en la soledad que aquel que dejara, entre otros, estos versos del poema «El ascenso del nombre» de Canciones de inocencia:
Para ver un mundo en un grano de arena
y un paraíso en una flor silvestre,
sostén el infinito en la palma de la mano
y la eternidad en una hora.
Pero de este original y ambiguo personaje situado en un espacio aislado adverso y casi irreal (de hecho, la amenaza de abrir de nuevo la cantera conllevaría la desaparición del poblado bajo la acción de las máquinas), de climatología extrema, cubierto por la nieve y azotado por el viento (las descripciones abundan en el carácter de paisaje en blanco y negro), apenas rodeado de un puñado de útiles secundarios (pienso en el papel necesario de Boros para la resolución del conflicto: es la única explicación plausible a su aparición) con sus propias excentricidades a los que ella bautiza con acierto como la fría diosa de la narración en que se erige (mira todo con una actitud superior, incluso el paisaje desde la meseta, por lo que el lector se debate entre la antipatía y la compasión), me gustaría destacar su propensión a la ira («de la ira nace toda sabiduría, no cabe duda, porque la ira traspasa cualquier frontera»), así como sus muchas enfermedades, que la atacan con continuas fiebres y posibles alucinaciones. De hecho, Janina Duszejko expone ideas demasiado extravagantes como para no tomarla por una loca (véase, por ejemplo, cómo se desenvuelven sus relaciones con la Policía, o la mención al Quijote y su visión de los molinos de viento). Todo ello se vuelca en un lenguaje directo, incluso áspero, con muchas concesiones a un humor, más que negro, amargo, con originales imágenes («de golpe me di cuenta de qué buena podía ser la muerte, oportuna como un desinfectante o una aspiradora», dice casi al principio ante el primer cadáver de la narración) en las que continuamente se erigen figuras bélicas («aparecían manchas oscuras, donde el invierno había retirado sus ejércitos»), y un tratamiento del tiempo moroso y lineal con pequeños saltos al pasado que contribuyen a completar la figura de Janina Duszejko, a conocer su carácter resuelto e inclinado a la acción, su exceso de sensibilidad para con la naturaleza más que para con los hombres, lo que le hace pronunciar algún que otro alegato ecologista y detenerse en muchas pausas reflexivas «porque con nadie se habla mejor que con una misma».
En conclusión, Sobre los huesos de los muertos es una obra original en el lenguaje, rica en matices, en la que se detecta una voz particular que habrá que seguir leyendo para hacerse una mejor idea de lo que su joven autora, Olga Tokarczuk, tiene que decirnos.
Elena Marqués
Olga Tokarczuk (Sulechów, 1962), graduada en Psicología por la Universidad de Varsovia, es una narradora, poeta y ensayista polaca. Ganadora del Premio Nobel de Literatura 2018, aunque anunciado el año posterior, es autora, entre otros, de Los errantes (Anagrama, 2019) y Relatos bizarros (Editorial Literaria, 2018).